Columna Enfoques: Acuerdos de Rusia y China

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La celebración del aniversario 70 de la derrota del nazismo reveló las cálidas relaciones entre Moscú y Pekín.

Xi Jingpin sentado a la diestra de Putin y el desfile de tropas chinas en la Plaza Roja solamente fueron el signo de un entendimiento estratégico entre ambas potencias.

Unidos por el fantasma del viraje de EE. UU. hacia Asia, visita del premier japonés a Washington y por las sanciones contra Rusia por su aventura en Crimea, ambos líderes mostraron su voluntad de forjar una alianza que deja atrás conflictos fronterizos e ideológicos. El cemento de esta amistad es la visión de un mundo multipolar que busca establecer un equilibrio frente a Washington.

Hace unos años Putin hablaba de una gran Europa que se extendería de Lisboa a Vladivostok; hoy, el acercamiento de ambas potencias dibuja una gran Eurasia de Shanghái a San Petersburgo.

La asociación de ambos países se da en torno a proyectos de cooperación energéticos: suministro de hidrocarburos rusos a China; infraestructura: ruta de la seda; maniobras militares conjuntas en el Mediterráneo y en Asia.

Los esfuerzos conjuntos se extienden al campo de la política exterior, alrededor de la organización de cooperación de Shanghái, el Banco de los Brics y el nuevo banco de desarrollo creado por los inquilinos de la Ciudad Prohibida.

Ambas naciones se unen en la promoción de un concepto del orden mundial que busca reducir la preeminencia de EE. UU. y reemplazarla por un consenso más amplio entre las potencias.

Rusia busca compensar sus conflictos en el Oeste y, China, asegurarse una retaguardia estratégica en Eurasia ante su percepción de encontrarse cercada en el Pacífico Occidental.

Este acuerdo pretende ser una convergencia de intereses comunes, resentimiento antihegemónico y coordinación en materia de política exterior y de seguridad.

Una nueva etapa en el desarrollo de las relaciones políticas internacionales.