Columna Enfoques: Año electoral

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Se inician las promesas, se agitan los programas, brota la publicidad, aparecen los primeros debates, debemos prepararnos para escoger bien a nuestros representantes.

Escoger bien nos hará rechazar a los profetas apocalípticos que ofrecen nuevas auroras. No aceptemos salvadores providenciales, no hay magos que lo resuelvan todo, la normalidad democrática exige realismo y trabajo pertinaz, no cantos de sirena.

Las individualidades cuentan, pero debemos examinar los equipos que las acompañan, su consistencia y preparación, un país no se gobierna en solitario.

Las ideologías pueden ser buenas guías para la navegación, sin embargo, quienes se encierran en ellas dogmáticamente no llegan a entender la singularidad de lo concreto.

Desconfiemos de quienes carecen de trayectoria en el manejo de los asuntos públicos, la inexperiencia es una mala compañía.

La ciudadanía debe exigir soluciones concretas y recelar de las difusas, la vacuidad permite rehuir la rendición de cuentas. Toda solución debe acompañarse del cómo, de la vía para su realización, si no se transforma en demagogia. Las grandes promesas contribuyen a la desafección política.

Pedir integridad en la trayectoria de los candidatos, pero ver con recelo a quienes dicen encarnar la moral más absoluta, “dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.

Dirigir el país requiere de conocimientos generales, pero no de especialistas en áreas específicas. Los tecnócratas ayudan al gobernante, no obstante, la tecnocracia puede llevar a los mismos excesos que el dogmatismo, no se puede gobernar desde un escritorio.

Visión global y de futuro, experiencia en el servicio público, equipo cohesionado de colaboradores capaces, propuestas concretas y viables, palabra seria alejada de la demagogia, empatía con las necesidades y aspiraciones del común de las gentes, son todas cualidades que debemos sopesar cuidadosamente cuando elijamos presidente y diputados el próximo año.