Columna Enfoques: Contrarrevolución preventiva

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Las religiones son vías legítimas para enfrentar los desafíos de la existencia. El agnosticismo, el escepticismo y el ateísmo también.

En occidente se separaron las órbitas de la religión y de la política hace varios siglos. El Islam todavía se debate entre el papel de la ley religiosa y el de la ley civil.

Hacia el norte la herejía orteguista ha hecho mezcla de religiosidad popular con populismo izquierdizante, gracias a un cardenal desviado.

La mezcla de lo celeste y lo terrenal produjo horrores como las guerras de religión, donde, paradójicamente, se asesinó en nombre de Dios.

Dichosamente los papas abandonaron, no sin reticencias, el poder temporal y la cristiandad se ocupó de la salvación y de la ética social.

El desaguisado de los obispos al promover la consagración de los poderes del Estado, seguido por la complacencia de los presidentes de estos, nos lanza por una ruta de confesionalismo que hasta el papa ha rechazado.

Profundo respeto para los católicos, pero no todo el país es católico. Los miembros de los supremos poderes nos representan a todos: católicos, musulmanes, judíos, evangélicos, no creyentes.

Los obispos irrespetaron a quienes no hacen parte de su rebaño, los políticos a los que deberían representar imparcialmente.

Hay que terminar con la confesionalidad del Estado, este debe garantizar la libertad de culto para todos. Los obispos deben abandonar el complejo de persecución y no buscar el enfrentamiento con la pluralidad. Nadie los persigue, solo hay gente que profesa creencias diferentes.

Practiquen su catolicismo y no impongan su visión, con el pretexto de que si se abren portillos, atrás vendrán horrores. La guerra preventiva era la doctrina de Bush, no el mensaje de Cristo.

Que los jerarcas eclesiásticos sigan al “papa del pueblo” y dejen atrás su catolicismo aldeano. Que los políticos cobren conciencia que representan a todos y no solo a los católicos.