Columna enfoques: Manejo del cambio

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Empezamos un nuevo gobierno que ha ofrecido cambios en la forma de hacer las cosas. En buena hora. El cambio es bueno.

En política, donde es frecuente que un gobierno entrante desbarate y desperdicie lo que hacía el anterior, el cambio podría ser incluso seguir haciendo lo mismo en algunos campos. El cambio sería no desbaratar lo bueno del anterior.

El cambio es bueno cuando aumenta la eficacia, la capacidad de alcanzar metas; aumenta la eficiencia, logra igual o más con menos recursos; o aumenta la calidad de lo alcanzado o entregado. Si no, será un cambio indeseable o inocuo.

Toda decisión que tome un funcionario del nuevo gobierno y toda nueva ley que salga de la Asamblea Legislativa debe poderse explicar, en un plazo razonable, en términos de estos criterios y, entre más de ellos cumpla, mejor será la decisión.

La equidad, la transparencia y el progreso social, por ejemplo, son medidas de calidad.

La reducción de trámites y el tiempo transcurrido de diseño a ejecución en proyectos son medidas de eficiencia.

Reducir las filas de la Caja y graduar más jóvenes de secundaria son medidas de eficacia.

El cambio requiere de liderazgo y los líderes deben tener muy claro qué es lo que tienen que optimizar en su gestión para ser consistentes ante los dirigidos y ante la población en general.

En el proceso de desarrollo lo que se busca es mayor prosperidad económica, creciente progreso social y sostenibilidad. Debemos cambiar la forma de hacer las cosas, pero los objetivos son claros y constantes.

El cambio requiere de medición. La evaluación de lo actuado en función de los criterios conceptuales –eficacia, eficiencia y calidad– o en función de los objetivos superiores –prosperidad, progreso social y sostenibilidad– debe ser constante y utilizada para rendirle cuentas a la población.

Bienvenido sea el cambio.