Columna Enfoques: Nueva izquierda

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El giro a la izquierda de varios sistemas políticos latinoamericanos impone la reflexión sobre su contenido, vías de adquisición del poder y otras características.

Sin la Roma soviética les ha pasado algo similar al anticomunismo de Guerra Fría que se quedó sin enemigo, mientras que la vieja izquierda se quedó sin los faros conceptuales del partido único, la clase universal y la economía centralmente planificada.

La lucha de clases como motor de la historia, el anticapitalismo y el rechazo de los EE. UU. siguen animando su discurso movilizador, aunque no cuenten con la alternativa de un modelo histórico de reestructuración político-social.

Los modelos alternos los encuentran en Cuba o en Venezuela, con el inconveniente de que ninguno de los dos muestra dinamismo económico ni poderío global, como fue el caso de la URSS en este último aspecto.

Los nuevos movimientos recurren hoy al camuflaje del keynesianismo; ya, supuestamente, no buscan expropiaciones y nacionalizaciones, sino fortalecer al Estado.

En esta nueva retórica no le adscriben al Estado contenido de clase ni misión redentora universal, tan solo buscan refundarlo en torno a los objetivos del Estado de bienestar perdidos.

El actor político social no es más el proletariado, sino el pueblo definido por sus antagonistas: los escuálidos, las élites, las oligarquías criminales, las castas de origen colonial.

La ruta para tomar el poder no es la guerrilla ni la insurrección. La vía es a lo Gramsci, construcción de hegemonía social y cultural. Acceden al poder a lomo de movimientos sociales y elecciones.

Una vez en las presidencias, buscan refundar los estados convocando constituyentes que reflejen las correlaciones de fuerzas electorales.

Pluralistas en la oposición se transforman en centralistas y en continuistas; su gusto por las reelecciones, la conversión de los ejércitos y difuminación de la división de poderes así lo demuestra.