Columna Enfoques: Sin sueño

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Costa Rica se desarrolló con un imaginario cohesionador: labriegos, democráticos, sin diferencias sociales. Este sueño está en crisis, ahora somos urbanos, diferentes y la desigualdad crea dudas sobre la democracia.

El orgullo de la excepcionalidad ha desaparecido en el cambio de la globalización y en el deterioro de estructuras políticas incapaces de absorber la diferenciación social y cultural. Para los nuevos sectores en la vida pública, el bipartidismo se transformó en un obstáculo.

De ese descontento surgió el PAC en busca una socialdemocracia que nunca existió. De ahí emerge también un libertario que no encontró expresión en el populismo calderonista y un Frente Amplio que incubó sus ideas de ruptura al calor de la Guerra Fría. En esa dispersión, los evangélicos han hallado lugar también para la expresión de su diferencia.

En medio de esta crisis de identidad, de ausencia de hegemonía, a pesar del predominio ideológico de la tecnocracia globalizadora y aperturista, diversas emociones se enfrentan.

Tanto a la izquierda como a la derecha, la nostalgia por el pasado busca adueñarse del paisaje, pero es imposible regresar.

El futuro de optimismo ingenuo, afincado en el imaginario globalizante perdió aliento como consecuencia de la crisis del 2008, como también el socialismo del siglo XXI ha fracasado en Venezuela.

El sueño costarricense necesita renovación; no se puede avanzar sin esperanza, pero esta no surge de la ruptura con el pasado ni de una inserción acrítica en el mundo. Seguir llorando por una sociedad pastoril no nos lleva a ningún lugar. Apostarlo todo a la globalización, tampoco.

Humildad, aceptación de nuestra pequeñez, reconocimiento de nuestras potencialidades deben llevar a que la esperanza predomine sobre el miedo a perder más. Sentirnos perpetuamente amenazados por el afuera no genera avances.

Costa Rica necesita esperanza con los pies en la tierra.