Columna Enfoques: Terrorismo en París

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Matar en nombre de Dios es horrible. Las religiones pueden engendrar este tipo de monstruosidades cuando absolutizan sus creencias, demonizan a otras y a quienes no creen.

Las religiones son buenas cuando hacen el bien, alivian el sufrimiento, socorren a los débiles, ejercen y predican el amor al prójimo.

Cuando satanizan al otro, buscan pecados y exorcizan, pierden su dimensión positiva, se encaminan por la ruta de la guerra transformando al prójimo en enemigo, provocando crímenes como los que se cometieron en París.

El semanario Charlie Hebdo es una publicación satírica, sus caricaturistas, la mayoría asesinados por estos fanáticos, son extraordinarios, unen el ser dibujantes fuera de serie con gran inteligencia para el análisis sociopolítico.

Su crítica a los políticos, empresarios y miembros de todas las religiones ha sido profunda e inteligente, aunque a veces desbordada, pero de eso se trata la libertad de expresión en una sociedad abierta.

De Gaulle, Miterrand, los primeros ministros, el papa Ratzinger, Jesucristo y últimamente Mahoma, no han escapado a la burla y a la ridiculización.

Ningún gobierno francés los ha reprimido, aunque han enfrentado demandas privadas. Tan agudo y corrosivo ha sido su juicio sobre el fanatismo que los radicales islamistas no la han emprendido contra el ejército francés, sino contra el sarcasmo, la irreverencia y su rechazo del dogmatismo religioso. Para los intransigentes, la risa es más peligrosa que las armas.

Irónicamente este atentado fortalece a la derecha xenófoba francesa y europea que tienen excusa para tratar de legitimar su propio fanatismo, frente a lo diverso y diferente.

Ante estos hechos surgen dos peligros: la autocensura periodística y privilegiar la seguridad sobre las libertades. Empero, en esto no hay concesiones, la libertad va primero, ahí reside la superioridad de las democracias frente a las teocracias y los totalitarismos.