Columna Enfoques: Tres muchachos

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Fabricio, delgadito, moreno y educado, vende periódicos desde buena mañana en el semáforo de la casa de don Pepe.

Tiene que esquivar camiones, furgones, carros, motos y el humo de los motores; su oficio es arriesgado pero lo desempeña con seriedad.

Desde hace años le compro el periódico y cuando no he tenido menudo gozo de crédito; otras veces, cuando no tiene cambio le dejo un billete y él va deduciendo. Nunca ha fallado en sus cuentas y siempre me saluda con cordialidad y respeto. Muchacho humilde, trabajador y honrado.

Narices, diecisiete o dieciocho años, de mirada triste, se desempeñaba como guarda en las calles del barrio.

Simpático, disfrutaba de mis bromas y se fajaba duro con la lluvia y el frío de las madrugadas.

Su novia quedó embarazada, tuvo que ir a vivir a casa de la suegra, transformarse en proveedor y lidiar con una adicción.

Recientemente cayó por narcotráfico, se expone a penas de ocho años y más. Irónico catalogarlo de traficante por narcomenudeo; pero así son las leyes para impedir que la droga llegue hasta el Norte.

Tal vez un proceso abreviado le permita una estadía más corta en la cárcel, pero ahí se profundizará su marginalidad.

Chigüín, fuerte, moreno de origen nica, se gana su vida como misceláneo en el gimnasio al que asisto.

Desde hace meses le he venido insistiendo, junto con otro amigo, que sus mandamientos eran trabajar, ahorrar, estudiar, llevar una vida ordenada y alejarse de los vicios. Todos los venía cumpliendo, salvo el estudio; sin embargo, unos días antes de Navidad nos contó que se había matriculado en el bachillerato por madurez, enseñando con orgullo los recibos de pago. El mejor regalo que he tenido en estas fiestas.

La salida de la pobreza es por la vía de la educación y el trabajo. Dos de estos muchachos luchan fuerte por su futuro, el otro resbaló en los dolores de la vida, ojalá logre levantarse; con los tres está mi esperanza para el próximo año.