Confianza y cambio

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Es curioso cómo la idea de lograr acuerdos de interés nacional le suena a muchos grupos como traición.

La verdad, es fácil de explicar: algunas cámaras empresariales y sindicatos –principalmente los del sector público– privilegian sus intereses particulares sobre el interés nacional, y los partidos políticos concentran su estrategia en la lucha por el poder y no en el crecimiento, el bienestar y la sostenibilidad.

Sé que no he descubierto el agua tibia, pero, iluso yo, no deja de sorprenderme cómo a estos grupos organizados los domina el espíritu del egoísmo, aun cuando son sus propios hijos y organizaciones quienes terminarán pagando las consecuencias.

A la pregunta de si no se desea una mejor calidad de vida para sus hijos, ¿qué clase de persona respondería que no? A mi modo de ver solo una persona que antepone la “presión social” de su grupo de referencia al interés por el bienestar de su familia y su comunidad por debilidad de carácter o por falta de formación e información confiable.

¿Cómo ocurre esto? Creo que sucede porque hemos cerrado los espacios de diálogo constructivo, vemos con sospecha a cualquiera que no pertenezca a nuestra esfera de intereses particulares, y nos entregamos, como ovejas que saltan ante un obstáculo invisible, a quienes nos guían hacia el despeñadero que les permitirá a ellos conservar el poder.

Si dejáramos que gente técnica de alto nivel –incluyendo las variables sociales como criterios centrales– planteara los proyectos clave y la solución balanceada a nuestros principales problemas, y nos decidiéramos como nación a ejecutarlos, ¿estaríamos mejor?

Me parece que así sería.

Pero eso requiere confianza en que estos grupos técnicos no antepondrán su interés al de las grandes mayorías. Y confianza es la moneda que ya no tenemos en el país.

Urge reconstruir el diálogo de altura, generar confianza y poner por delante el interés nacional al tomar decisiones. Nuestros hijos lo agradecerán.