De "porristas" y otros demonios

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Con la acidez que caracteriza a sus escritos, don Juan Carlos Hidalgo me endilga varios calificativos que, como “porrista de Hugo Chávez” o “izquierdista” pretenden descalificar un comentario mío respecto del triunfo oficialista en Venezuela el pasado domingo. Tomo la andanada de quien proviene: un joven analista que, sin duda inteligente y autoproclamado “liberal”, hace carrera en uno de los centros de pensamiento más conservadores de los Estados Unidos. Digo lo anterior no para denostarlo, que injusto sería hacerlo en el mismo espíritu que lo hizo él conmigo, sino para advertir que para el señor Hidalgo nada de lo que pueda decirse sobre el presidente Hugo Chávez, el gobierno venezolano o las elecciones recién pasadas, será adecuado si no viene acompañado de un repudio total a ese mandatario y su administración. Supongo que, por esa razón, estará muy ofuscado con las expresiones casi unánimes de reconocimiento que los gobiernos de toda América Latina, incluyendo con justa razón el costarricense, hicieron a las elecciones en Venezuela. Evidentemente, las cosas se ven distintas desde Washington. D.C.

No me interesa ni me corresponde, a propósito de lo dicho por don Juan Carlos, defender al gobierno bolivariano ni a su titular. Me separan de éste muchas posiciones y tesis de política nacional e internacional. Pero eso no me impide valorar sus logros y aciertos, muchos de ellos a favor de las clases históricamente más excluidas y empobrecidas en uno de los países más ricos de nuestro Continente.

A propósito de lo dicho por el señor Hidalgo, permítaseme señalar cuatro elementos que no pareciera ponderar lo suficiente. El primero es que ni siquiera él mismo puede dejar de admitir que el “Día E” en Venezuela fue uno de absoluta normalidad. Eso no lo digo yo. Lo dicen todas las personas que en condición de observadores fueron partícipes del mismo, incluyendo representantes del Centro Carter y otras entidades de reconocido prestigio en los EE. UU.

El segundo es que, en Venezuela y en muchos otros países, los procesos electorales por lo general no son tan prístinos como uno quisiera. ¿O es que ningún gobierno en este Hemisferio, ha sido acusado –con razón- de haber metido mano a favor del partido oficialista durante los procesos electorales respectivos? ¿Y qué me dice de los partidos de oposición? ¿No han buscado éstos apoyos muchas veces cuestionables, para posicionarse con ventaja ante los favoritos del gobierno? No avalo esas prácticas por supuesto, pero son de uso tan generalizado en la región y fuera de ella que magnificarlas en el caso de Venezuela y no reconocerlas en otros escenarios por conveniencia doctrinaria, me parece francamente un poco cínico.

El tercero es que indiqué con toda claridad que tanto Chávez como Capriles tenían que tomar nota del resultado de las elecciones. No uno u otro, sino ambos. Y precisamente porque aunque lo disimulen los oficialistas, la abultada votación opositora hace imposible que el gobierno pueda ignorarla como lo hizo en el pasado.

Finalmente, don Juan Carlos, que tanto se dice defensor de la democracia, no parece recordar que votaron en esas elecciones más del 80% de los electores inscritos. Y eso dice mucho, porque cuando uno es un verdadero demócrata, y presumo que el señor Hidalgo lo es, se respeta lo que dice la mayoría. Especialmente cuando ésta se expresa en las urnas con una participación abrumadora como lo hicieron millones de venezolanos hace ocho días. Si Henrique Capriles se mostró conforme con el resultado de los comicios, ¿por qué no lo hace usted señor Hidalgo? Su animadversión me luce “ultra petita”.

Don Juan Carlos pertenece a una generación que, a diferencia de la mía, no tuvo que cargar con el pesado fardo de los estereotipos y fantasmas del mundo bipolar. Creció y vive hoy en un universo plural y bastante menos atormentado por los traumas y complejos que caracterizaron al de sus mayores. Por eso luce mal que vea demonios en donde no existen e insista en visitar infiernos que ya a muy pocos asustan. Serénese señor Hidalgo. Es usted demasiado joven para escribir como si fuera un viejo más viejo que yo.