Dios, política, candidatos y ¿confianza?

Solo espero que los costarricenses, antes de ir a votar, se hagan algunas preguntas básicas

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​Faltan 10 días y como muchos costarricenses, todavía no sé por quién voy a votar.

Nada nuevo. Según las encuestas el 30% de quiénes están decididos a ir a las urnas el próximo 4 de febrero tampoco tiene claro a quién apoyarán. Me atrevo a decir —sin bases científicas— que podrían ser más.

No sé por quién votar, pero sí tengo claro por quién no lo haré.

1- No votaré por alguien que utiliza a Dios como bandera política. Nací en una familia católica, con los años me convertí al cristianismo y desde hace unos años para acá decidí creer en Dios, sin necesidad de una religión.

Lo que estamos viviendo en Costa Rica es una polarización alimentada por el odio. El odio en los dos bandos que creen tener la razón.

Por un lado, los fundamentalistas cristianos-católicos, quienes creen que Dios les da la razón sobre la familia y que pueden —deben— imponer esa única verdad a como dé lugar, incluso dogmatizando la política.

Del otro lado, la comunidad LGBTI, mancillada en sus derechos humanos por décadas, lesionados por la discriminación y la exclusión social, imbuidos por el resentimiento natural de quien ha sufrido una problemática social de esa naturaleza.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ya dio un primer paso muy acertado y señaló el camino para que Costa Rica garantice el derecho al matrimonio igualitario. Una victoria social que eleva la figura del matrimonio al concepto de derecho y lo aleja de la palabra privilegio.

El problema es que, en campaña política, los dos grupos se llenan de odio, se ensañan unos contra otros en medio de una guerra de insultos y ataques —en las redes sociales, ¿dónde más?— que nos aleja de la construcción final: la tolerancia.

De acuerdo con Google, “La tolerancia se basa en el respeto hacia la otra persona que es diferente de lo propio”. Tolerar es respetar, entender, abrir la mente en ambos sentidos, ponerse en la posición del otro, alejarme de mi idea preconcebida para tratar de entender lo que está a mí alrededor.

No voy a votar por nadie que alimente el odio, que fomente posiciones extremas —en ninguno de los dos bandos—. Bajo este argumento, uno podría pensar, que ya se acabaron las opciones. Quizás sí. Pero tampoco les voy a decir por quién deben votar.

Anuncios televisivos de los años 80

2- No votaré por quien me venga a hablar de confianza. No sé si les pasa lo mismo, pero los anuncios de los candidatos presidenciales —de cualquiera de ellos— son como escuchar a la novia o novio infiel negando su infidelidad, mirando a los ojos, diciendo que hará esto o lo otro, pero ya, simplemente, no le creemos nada.

Llevamos años, décadas, de escuchar palabras para tratar de ganar nuestra confianza, llevamos años de escuchar promesas que no se cumplen. La verdad, estamos hartos. Al menos yo lo estoy. Llegué a un punto donde prefiero la honestidad, sea cual sea la situación, que las mentiras populistas, las afirmaciones proféticas, las ideas utópicas y las palabras bonitas.

Si me va a hablar, señor candidato, hágalo bien. Esos anuncios televisivos de los 80´s están tan fuera de tono, como la falta de explicaciones concretas que abundan en los 13 planes de gobierno propuestos por quienes aspiran a Zapote. Muchos qué, muy pocos cómo.

Quizá ese ha sido el error de los electores durante años, quedarnos con el qué, sin preguntar el cómo. Cómo va a generar 200.000 empleos, cómo va a hacer esto, cómo hará aquello. ¿Quiénes lo acompañarán?, esa también es una pregunta muy importante.

¿Ustedes se han preguntado quiénes serán los ministros, presidentes ejecutivos, asesores y viceministros de algunos candidatos? Más importante aún, ¿si cuentan con suficiente gente buena para ocupar esos cargos o van a tapar la falta de experiencia política y de figuras de peso con el discurso de escapar a los “mismos de siempre”?

No defiendo a nadie. Solo espero que la gente, antes de ir a votar, se haga esas preguntas básicas. Sobra decirlo.

Sensatez fiscal

3- Finalmente, no voy a votar por quien no me ofrezca soluciones concretas para reducir el déficit fiscal que asfixia las finanzas públicas y que nos está empujando a una crisis económica en el corto plazo. En este tema, en serio se nos acaba el tiempo.

Yo sé que es complicado y aburrido de entender, sé que a la gente le preocupa más si alguien apoya o no el matrimonio entre personas del mismo sexo —sin que esto deje de ser un problema que afecta a quienes son discriminados—, creo que estamos de acuerdo en que la discusión y la elección política no se puede reducir solo a ese tema.

Costa Rica requiere acciones concretas para superar su desbalance fiscal, que para el cierre del 2017 se mide con un déficit financiero del 6,2% del Producto Interno Bruto (PIB), una cifra superior a la proyectada por el Banco Central en su Programa Macroeconómico.

El país necesita liderazgo para impulsar en el Congreso una reforma fiscal con el impuesto al valor agregado (IVA) y renta, negociar con los diputados los recortes al presupuesto nacional cada año, aprobar reglas fiscales que limiten el crecimiento del gasto, negociar con los empleados públicos recortes en los pluses salariales, implementar con vehemencia mejores controles tributarios y cobrar impuestos como se debe.

El país necesita muchas cosas. No se pueden dejar de lado la lucha contra la pobreza, la urgencia por generar empleos, las mejoras en la educación, los avances necesarios en materia de derechos humanos, etcétera, etcétera.

Pero, si me lo preguntan, hoy lo más urgente en Costa Rica es atender el déficit fiscal, porque una crisis de esta índole puede afectar el crecimiento económico y con él la generación de empleo y el ingreso de los hogares.

Entonces, voy a votar por quien, al menos, me ofrezca un poco de sensatez para lograrlo.

Estamos claros que no se puede pedir todo y a como está el país, es mejor algo. Al fin y al cabo, gobernar es decidir y decidir es dividir.

El autor es periodista de Economía y política de El Financiero.