¿Dónde está el déficit fiscal?

De manera perversa se me ocurrió pensar que a lo mejor hemos estado viviendo, vil y silenciosamente, uno o dos “cementazos” cada año

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Pasada la refriega electoral, como que uno vuelve a la realidad. Y le da por pensar en cosas un poco más complicadas.

Por ejemplo, un día de estos comencé haciendo unos números (nos pasa a los economistas). ¿Cuántos maestros hay en Costa Rica? ¿Serán 50.000? ¿Qué pasaría si, digamos, 10% son malos docentes?

Digo yo, no leen, no tienen nada que ver con la tecnología, no consideran relevante enseñar a pensar, no les interesa que sus párvulos dominen otro idioma, las matemáticas son molestas, las ciencias son un mundo enredado, en suma, prefieren no cumplir con sus obligaciones de maestros, y puede que con sus tiempos de trabajo sean bastante “indulgentes”.

¿Y si fuera así? Estaríamos hablando de unos 5.000 maestros, de baja calidad se podría decir.

¿Cuánto gana en promedio un maestro? ¿Ganará ¢500.000? ¿Tal vez ¢600.000? Con sus respectivas cargas sociales podrían ser como ¢700.000.

Eso me lleva a ¢3.500 millones mensuales.

Si supongo que les pagan los 12 meses, eso me da un poco más de ¢42.000; o sea, como $76 millones. Algo así como más de tres Yanber, o dos “cementazos”.

Debo reconocer que esos números me quitaron el sueño. Porque si eso fuera correcto, o incluso si solo fuera la mitad, sigue siendo un monto muy grosero.

Eso me recordó que la escuela puede durar seis años, o cinco la secundaria. Por lo tanto, la suma se podría multiplicar.

De manera perversa se me ocurrió pensar que a lo mejor hemos estado viviendo, vil y silenciosamente, uno o dos “cementazos”, cada año, a saber por cuántas décadas, de los cuales no se ha dicho nada, a nadie se ha juzgado, a nadie se ha señalado. Tal vez solo porque no nos conviene como sociedad.

Amarga contribución

Sin embargo, más allá de esa amarga contribución al déficit fiscal, lo que realmente me indispuso fue pensar en la otra parte del cálculo. ¿Cuántos alumnos tiene cada maestro? ¿Quince? ¿O tal vez veinte?

Eso me lleva a pensar que podría haber varias generaciones de entre 75.000 y 100.000 ciudadanos costarricenses a los que se les habría condenado a competir en desventaja contra los coreanos, los japoneses, los chinos, y casi seguro contra los colombianos o mexicanos.

Podríamos estar hablando de varios miles de hombres y mujeres, para los cuales la sociedad costarricense destinó sumas multimillonarias para su educación, y que recibieron menos de lo que debían, para poder desempeñarse en el futuro que les tocará vivir, para poder satisfacer las demandas de mercados laborales más exigentes, entornos más complejos.

Podríamos estar hablando de jóvenes que provienen de familias de escasos recursos, para quienes una buena educación podría significar la diferencia entre seguir siendo parte del contingente de pobres, o acceder a una ruta de desarrollo más próspera.

Cuando llegué a estas consideraciones, preferí terminar mis cavilaciones, porque mi siguiente pregunta era: ¿y si los maestros malos fueran más del 10%?