Editorial: Cautela ante la mejora en la morosidad crediticia

El saldo de préstamos atrasados creció 2,82% en mayo con respecto a diciembre. Pese a este aumento, el indicador insignia de morosidad se mantiene estable debido a que también subió el total de la cartera crediticia.

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Las últimas cifras publicadas por la Superintendencia General de Entidades Financieras (Sugef) y replicadas en nuestra más reciente publicación muestran una relativa estabilidad en los indicadores de morosidad crediticia de las entidades del sector financiero regulado. En términos porcentuales, los préstamos con una morosidad mayor a 90 días o en cobro judicial, se ubicaron en junio de 2022 en 2,28%, lo cual representa una disminución imperceptible respecto a diciembre de 2021 (2,29%), cuando concluyeron las medidas de flexibilización crediticia, e incluso es inferior al dato observado en diciembre 2019 (2,48%), meses antes de la pandemia.

Estos datos parecen extraordinarios, pues las autoridades reguladoras del mercado mencionaron en octubre de 2021 un escenario en donde la morosidad bancaria podría ascender hasta un 5% a raíz del parón económico provocado por las restricciones adoptadas para evitar la propagación de la covid-19, y una vez que concluyera la flexibilización regulatoria que le permitía a las entidades financieras readecuar los préstamos y relajar el análisis de la capacidad de pago de los deudores. Se estima que durante los 21 meses que estuvieron en práctica estas medidas de alivio, se readecuó cerca de 90% de la cartera crediticia de todo el sector financiero. El auxilio financiero consistió en el alargamiento de periodos de gracia, readecuaciones de deuda, ampliaciones de plazos, recortes en las tasas de interés y traslados de créditos de dólares a colones.

Sin embargo, los resultados anteriores deben analizarse con detalle para comprender las vulnerabilidades y riesgos del sistema. Por un lado, la baja morosidad se ve beneficiada por un incremento en la cartera total de crédito; o sea, hay un aumento en el denominador de la razón de morosidad sobre la cartera de crédito. Esto es un reflejo de la recuperación económica luego de la pandemia, pues el crédito se ha recuperado en meses recientes. Pero si se analizan los datos absolutos, en los primeros cinco meses del presente año la morosidad creció de ¢585.850 millones a ¢602.411 millones (2,82%), mientras que la cartera de crédito lo hizo en 4,2%. Esto potencialmente puede significar un mayor aprovisionamiento por las estimaciones de créditos incobrables de las entidades financieras, pues en poco más de un año la porción de la cartera clasificada como C, D y E creció de 8,1% a 10,1%.

Por otro lado, el indicador se vio favorecido por una disminución en el numerador de esta misma razón de morosidad a cartera total de crédito, porque los bancos liquidaron créditos morosos. Esto significa que esos créditos fueron eliminados del balance general y descontados de las provisiones por incobrables que la normativa de la Sugef exige. La cantidad de operaciones liquidadas subió 6% en los primeros cinco meses de 2022. Ya en 2021, las operaciones liquidadas habían subido 18,2% en relación con el año previo.

Ante estas dos perspectivas y en lo que se avecina, las cifras de morosidad financiera hay que interpretarlas con cautela.

En primer lugar, los préstamos en dólares ya empiezan a experimentar una mayor morosidad pues entre finales de diciembre 2019 y mayo 2022, los mora a más de 90 días o en cobro judicial pasó de 2,6% a 2,9%, al tanto que en el mismo lapso la mora de los préstamos en colones bajó de 2,3% a 2,0%. Esto es el resultado de la fuerte depreciación, cercana al 20%, que ha sufrido el colón en este periodo. Ello se combina con el hecho de que más del 98% de los deudores en dólares no son generadores de esta divisa, o sea, sus ingresos son en colones, lo que los obliga a comprar los dólares para el pago de sus cuotas.

En segundo lugar, los indicadores de morosidad tendrán un estrés importante durante el segundo semestre del presente año ante el fuerte incremento en las tasas de interés, tras un claro cambio en la preocupación de las autoridades del Banco Central por controlar la inflación, luego de las políticas monetarias expansionistas que alimentaron las presiones sobre los precios locales tras la pandemia.

Para contrarrestar la alta inflación, en un lapso de cinco meses, la tasa de política monetaria ha subido de 0,75% a 7,5%. Por su parte, la tasa básica pasiva, cuya fórmula contiene un rezago, solo se ha ajustado menos de 2 puntos porcentuales en este mismo lapso, por lo que se esperan fuertes ajustes en los próximos meses. Hay que considerar que cerca de una quinta parte de los préstamos en colones están referenciados a la tasa básica pasiva. Estos porcentajes son especialmente críticos en los bancos públicos y en los segmentos de préstamos para vivienda, vehículos y consumo. En el caso de los préstamos en dólares, la mayor parte de la cartera está denominada a tasa variable.

Los efectos de las tasas de interés más altas se combinarán con una economía ralentizada, pues el Banco Central estima que el crecimiento de la producción terminará el año prácticamente estancado. Ello vaticina problemas en la generación de ingresos y de empleo, lo cual afectará la capacidad de pago de los deudores y provocará con mayor probabilidad un incremento en la morosidad crediticia.