El día que Bolsonaro se coronó campeón de América

Brasil ganó su 9.ª Copa América en su propio país, Bolsonaro se tropezó en la celebración del primer gol y un día después una encuesta lo pone como el presidente brasileño con mayor reprobación durante el primer semestre de su gestión

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Brasil es una fiesta. El icónico templo del futbol, el Estadio Maracaná, emplazado en Río de Janeiro, explotó de alegría. Las camisetas verdeamarelas estaban marcadas con la transpiración del campeonato. En medio de la celebración Jair Bolsonaro armó su show. Desde su palco se tropezó en la celebración del primer gol brasileño, se paseó por la gramilla acompañado de un séquito de guardaespaldas perfectamente embalados y se coló en la fotografía con el trofeo de la Copa América.

Flemático, sonriente, apasionado, hasta carismático se le veía. El presidente brasileño sintió que se coronaba campeón de América. Lo cierto es que este personaje, conocido por su discurso populista y sus constantes cambios de partidos políticos, se vale de todo y de todos para tratar de conseguir sus objetivos.

A Bolsonaro ni siquiera le gusta el fútbol. “Su relación con este deporte es muy confusa: nadie sabe realmente de qué equipo es hincha”, señaló Euclides de Freitas Couto, doctor en Historia y profesor en la Universidad Federal São João del-Rei, dedicado a la sociología del deporte, en una entrevista para el matutino Perfil de Argentina.

Pero el mandatario brasileño tiene claro que el fútbol es un arma política, un instrumento de cercanía con su gente, una herramienta para quedar bien en tiempos convulsos. Todo esto elevado a que en Brasil, como en ningún otro lugar del mundo, el fútbol lo es todo.

“Su presencia en los estadios es parte del plan de propaganda de su staff de comunicación. En Brasil hay una tradición política de carácter populista, desde los tiempos de Getúlio Vargas, de que el presidente debe ser un hombre de pueblo. El fútbol tiene la función de acercar al líder político al pueblo en una esfera lúdica y pasional”, agregó el historiador brasileño.

También es cierto que Bolsonaro ha utilizado varias camisetas de diferentes equipos de fútbol con el objetivo de generar empatía, aunque a criterio de Euclides de Freitas Couto, este comportamiento solo demuestra su incapacidad para comprender los significados que tiene este deporte para los aficionados en su país.

Su ambigüedad futbolística lo llevó a decir que es seguidor del Palmeiras en Sao Paulo, pero tiempo después señaló que era hincha del Botafogo de Río de Janeiro. En su inexplicable historial también utilizó camisetas de al menos otros cinco equipos de Brasil, incluido el Corinthians, escuadra de la cual es aficionado el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.

La Canarinha

Este gobernante de 64 años, capitán retirado del ejército, populista, ferviente católico con fuertes lazos en la iglesia evangélica y político nómada por nueves partidos diferentes, no tiene ningún reparo en acercarse, salir en las fotografías y levantar trofeos con la popular Selección del Fútbol de Brasil.

¿Por qué habría de tener reservas en cultivar esta conveniente relación? En el último mes el mandatario se exhibió en público en cuatro ocasiones cerca de la escuadra verdeamarela, el último episodio fue quizás el que tuvo mayor peso mediático y mayor alcance internacional luego de que Brasil derrotara tres goles contra uno a Perú en una final sin sorpresas.

El presidente entendió que debía romper el protocolo y, más allá de estrechar manos y colocar medallas a los jugadores, tenía que aparecer en la fotografía, era imperativo levantar el trofeo, era inevitable celebrar la corona continental de la forma más parecida a los ciudadanos de su país, aunque el traje y la corbata se conviertan en una primera barrera visual para conseguir esa ambicionada cercanía.

Bolsonaro, ese político que también es amigo de Neymar, Ronaldinho y Cafú, ese que en 30 años como congresista nunca presentó un solo proyecto de ley para promover o apoyar el fútbol, ese que ahora gobierna el país más grande del cono sur bajo el eslogan “Brasil por encima de todo; Dios por encima de todos". Se coronó campeón de América y lo disfrutó como uno más.

Golpe a la popularidad

Este lunes 8 de julio, un día después de la histórica campeonización de la Canarinha, una encuesta de opinión elaborada por la firma Datafolha pone a Bolsonaro como el presidente brasileño con mayor reprobación tras el primer semestre de gobierno desde que se aplica la medición, incluso superó a Fernando Collor de Mello (20%), electo en 1989, en los primeros años de la redemocratización.

La encuesta realizada entre el 4 y 5 de julio a 2.868 personas reveló que el 33% de los brasileños consideran como “excelente o buena” la labor del mandatario en sus primeros seis meses. Otro 33% lo calificó como “malo o pésimo” y un 31% lo definió como “regular”.

En la medición de abril los resultados fueron levemente más favorable para el conservador quien obtuvo un 32% como “excelente o bueno”, 33% para una gestión “regular y 30% como “malo o pésimo”.

El 25% de los encuestados considera que Bolsonaro genera polémicas casi todos los días y que no se comporta de forma adecuada para su cargo.

De hecho, tras la muerte de Joao Gilberto, una de las máximas figuras musicales de Brasil, este sábado 6 de julio, el gobernante fue criticado por no ofrecer un pronunciamiento voluntario tras el fallecimiento.

“Era una persona conocida. Nuestros sentimientos a la familia, ¿está ok?”, respondió tras una consulta del diario Folha de S. Paulo.

El domingo, en la final de la Copa América fue abucheado por una parte de los hinchas, aunque otra buena parte le aplaudió. Este lunes una encuesta le recuerda que la seguridad (19%), la salud (18%) y la educación (15%) son los problemas que más preocupan a los brasileños.

También este lunes la tradicional camiseta verdeamarela de la selección campeona del cono sur de América retomó otro significado, luego de que fuera asociada a las movilizaciones de la derecha después del impeachment contra Dilma Rousseff, en agosto del 2016.

“En esas marchas todos usan la camiseta nacional. El bolsonarismo logró apropiarse simbólicamente de ella. Ahora bien: no hay datos empíricos que demuestren que, en Brasil, el éxito deportivo de la Selección se traduce en éxito político para el gobierno de turno”, comentó Ronaldo Helal, profesor de sociología del deporte de la Universidad del Estado de Río de Janeiro.

El discurso de Bolsonaro es claro. Si hay criminales violentos se atacan de frente con mano de hierro; si la economía está mal, la privatización de las empresas estatales parece ser la solución; si un enemigo político se levanta contra el gobernante, entonces hay maneras de controlarlo.

Si un país vive en medio de la incertidumbre política y comandado por un populista que les dice a las personas lo que quieren escuchar sin importar si puede o no cumplir con esas demandas populares, entonces va a levantar la copa de campeón, porque este domingo 7 de julio, Brasil se coronó campeón de América y Bolsonaro, experto en tomar poses, quiso aprovecharlo a su favor.

Persiste la duda sobre si la actuación de este personaje es amor al fútbol o conveniencia política.

*Manuel Avendaño A. es periodista de economía y política de El Financiero de Costa Rica y Facundo F. Barrio es periodista del matutino Perfil de Argentina.