El secuestro de nuestro desarrollo

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Nuestro proceso de desarrollo está secuestrado.

No me cabe duda de que los líderes del país aspiran contribuir a crear una nación desarrollada, progresiva en términos sociales, sostenible en términos ambientales y caracterizada por la paz, la democracia, la libertad, la productividad y la solidaridad.

Después de 56 años de vivir en esta tierra creo que podemos aspirar a lograr acuerdos de principio, con variaciones de tono.

Pero el hecho es que tenemos una Constitución y muchas leyes obsoletas, aunque muchos de sus valores esenciales se pueden y deben conservar. Tenemos instituciones cansadas, amarradas y poco eficaces. Y tenemos sectores productivos y organizaciones sociales al nivel de las mejores, pero les hemos cortado las alas.

¿Qué nos ha pasado? Que hemos permitido que una lucha constante por el poder político –a ratos ideológica– nos enfoque en los temas que nos dividen y en la fallas que se dan –algunas graves–, en vez de crear un ambiente de confianza y transparencia en que la toma de decisiones sea con base en objetivos claros, conocidos y compartidos por todos.

El ciudadano común debe recuperar el poder que ha sido secuestrado por las ideologías, muchas de ellas importadas de naciones claramente fallidas, y por los partidos políticos que las representan.

Debemos encaminarnos a una constituyente basada en transparencia y en los valores que definen nuestra cultura y nos unen, en vez de permitir que sigamos enjaulados por la desconfianza, por la lucha por el poder o por ideologías francamente irrelevantes ante la necesidad de crear progreso social, prosperidad económica y sostenibilidad.

“Sepamos ser libres, no siervos menguados…”.

Recurramos al plebiscito, a los consejos ciudadanos, a la sociedad civil organizada no en las calles sino en la letra de nuestras leyes, hasta que rescatemos el país de este secuestro terrible de nuestro desarrollo y bienestar.