La revisión necesaria que China necesita

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Londres. El pesimismo relacionado con China se ha tornado omnipresente en los últimos meses y el miedo a un “derrumbe chino” sacude a los mercados en todo el mundo desde principios de este año. Prácticamente todos, parece, están apostando contra ese país.

Ciertamente, hay muchos motivos para preocuparse. Su PIB se ha desacelerado bruscamente; los indicadores de endeudamiento corporativo nunca fueron tan elevados; su moneda se devalúa; los mercados bursátiles son excepcionalmente volátiles y el capital abandona el país a un ritmo alarmante. La cuestión es por qué ocurre esto y si las autoridades Chinas pueden solucionarlo antes de que sea demasiado tarde.

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La visión popular –y oficial– es que China está en transición hacia una “nueva normalidad” de menor crecimiento de su PIB, basado en el consumo interno más que en las exportaciones. Como es habitual, se ha encontrado un conjunto de estudios económicos para justificar ese concepto. Pero esta interpretación, aunque conveniente, solo proporciona una falsa tranquilidad.

El problema de China no es que está “en transición”, es que el sector estatal está ahorcando al sector privado. Tierras y capital baratos, junto con un tratamiento preferente para las empresas estatales, debilitan la competitividad de las empresas privadas, que enfrentan elevados costos de endeudamiento y a menudo deben recurrir a sus familiares y amigos para financiarse. La consecuencia es que muchas empresas privadas se han alejado de sus negocios centrales para especular en los mercados de acciones e inmobiliario.

Los hogares chinos también sufren restricciones. En tan solo 15 años, la participación del ingreso de los hogares cayó del 70% al 60% del PIB. A menos que los hogares chinos logren captar una porción justa de los beneficios del crecimiento económico, es difícil imaginar cómo tendrá lugar un boom del consumo. Claramente, China debe actuar con audacia para liberar el dinamismo del sector privado e impulsar la demanda de los hogares.

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China ha demostrado su capacidad para implementar reformas radicales y eliminar grandes distorsiones, impulsando así el crecimiento y absorbiendo el exceso de deuda. A fines de la década de 1980, el menor crecimiento del PIB (la tasa de crecimiento per cápita llegó a un mínimo del 2% en 1989) y el aumento de los préstamos en situación de incumplimiento generaron expectativas de una implosión económica.

Sin embargo, la implosión nunca llegó. En lugar de eso, el Gobierno chino lanzó un gran conjunto de reformas radicales (entre las que se contaba la privatización a gran escala de la industria, y la eliminación de los controles de precios y de políticas y normas proteccionistas). A medida que caía la participación del empleo no agrícola estatal –del 30% a mediados de los 90 al 13% en 2007–, la productividad del sector privado aumentó a una tasa promedio anual del 3,7% entre 1998 y 2007. La productividad del sector estatal aumentó aún más rápidamente, al 5,5% anual.

El crecimiento de la productividad aportó aproximadamente un tercio del crecimiento total del PIB chino –que se aceleró hasta alcanzar tasas de dos dígitos– durante este periodo. El ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 –otro paso audaz– fue un factor importante para este éxito.

Una tarea más compleja

Esta vez, sin embargo, la tarea que enfrenta el Gobierno chino es complicada debido a restricciones políticas y sociales.

Las reformas económicas que China necesita actualmente requieren una reforma política, pero esas reformas se ven dificultadas por el temor a sus repercusiones sociales. Para evitar su deterioro económico, China tendrá que revisar su sistema de gobierno –y la filosofía que lo sustenta– sin disparar una excesiva inestabilidad social.

La buena noticia es que China cuenta con un promisorio historial en este frente. Después de todo, fue un cambio ideológico fundamental el que posibilitó la bonanza económica china que duró 35 años. Ese cambio enfatizó el desarrollo económico por sobre todas las cosas: los campeones del crecimiento fueron protegidos, promovidos y, cuando fue necesario, perdonados.

Actualmente, es necesario un cambio ideológico similar, aunque esta vez el foco debe estar puesto en el desarrollo institucional. El crecimiento sostenible a largo plazo –basado en mejoras de la eficiencia, la productividad y la innovación– solo es posible con un marco institucional eficaz, y eso requiere cambios fundamentales a los sistemas político y regulatorio. Solo venciendo los intereses creados y creando una burocracia más eficiente, firmemente regida por el imperio de la ley, se podrán impulsar las reformas que China necesita.

Para complicar aún más las cosas están los crecientes conflictos sociales, como los que existen entre las poblaciones urbana y rural, entre las industrias y entre los sectores privado y estatal. La posibilidad de que se generen protestas masivas y descontento civil limitan actualmente la determinación del Gobierno para cambiar. Pero con un esfuerzo concertado para crear un entorno con igualdad de condiciones que ofrezca a más personas una porción mayor del producto, por no hablar de un gobierno más transparente y una red de protección social más sólida, el Gobierno chino podría reforzar su legitimidad y credibilidad. Eso, a su vez, fortalecería la capacidad de las autoridades para garantizar estabilidad.

La experiencia de China en los 90 sugiere que el país puede recuperarse de sus actuales dificultades. Las grandes reformas solo han avanzado a medias y eso genera significativas oportunidades para un crecimiento estable basado en una mayor eficiencia y productividad, más que meramente en el consumo. Una vez que se eliminen las distorsiones clave y se asignen más eficientemente los recursos –entre ellos el trabajo, el capital y el talento– China podrá continuar su camino para formar parte de los países con altos ingresos.

El Gobierno chino puede encontrar dificultades al principio, después de todo, la cirugía sobre uno mismo es algo difícil de empezar y aún más difícil de hacer bien. Pero si las condiciones económicas empeoran –algo que parece posible– habrá que actuar inevitablemente. Los buenos tiempos pueden crear crisis en Occidente, pero en China, son las crisis las que producen los buenos tiempos.