Misma cama, sueños diferentes

Opinión de Constantino Urcuyo | “La economía rusa es diez veces más pequeña, pero China necesita petróleo ruso”.

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Días antes de la invasión a Ucrania, Putin y Xi Jinping se declararon amistad sin límites. Para algunos significó el regreso a la alianza de los años 50, para otros reveló convergencia de intereses pero no alianza militar formal, a pesar de cercanía política y repetidos ejercicios militares conjuntos.

La identidad ideológica en torno al delirio comunista no existe. La amistad actual es una relación entre grandes potencias (Realpolitik). Estratégicamente, ambos actores son autónomos y tienen diferentes actitudes hacia el orden internacional, aunque yacen en el lecho común del rechazo a la hegemonía de Estados Unidos (EE.UU.).

Moscú actúa para derrumbar el orden, mientras que Pekín, con paciencia estratégica, trabaja desde adentro para realizar su sueño de transformarse en primera potencia. La quimera rusa es la restauración colonial del imperio eslavo y ortodoxo.

Coexisten entonces convergencias y divergencias. La guerra en Ucrania, no condenada por China, pone a Xi en contradicción con los principios de respeto a la soberanía e integridad territorial, obligándole a una supuesta neutralidad y a presentarse como mediador.

La fraternidad es distinta a la del pasado, existe un desequilibrio a favor de China que surge como polo dominante, la economía rusa es diez veces más pequeña, pero China necesita petróleo ruso. La relación de ambos con occidente también es otra, Pekín tiene una fuerte dependencia de los mercados globales, mientras que el Kremlin tiene débil integración. En cuanto al orden internacional, el desafío de Pekín es estratégico, Rusia es amenaza inmediata.

Los occidentales deben evitar abstracciones, combate cósmico entre autocracias y democracias, y centrarse en lo concreto, como los comportamientos creadores de inestabilidad (invasiones) o la proliferación de armas de destrucción masiva.

Los Estados Unidos no pueden seguir viviendo la fantasía del mundo unipolar, la multipolaridad los obliga a una nueva narrativa que tenga en cuenta sus límites, a la vez que superan su crisis interna y revitalizan la democracia, combinando sus recursos, duros y blandos, para resolver las contradicciones geopolíticas.