¿Se han dado cuenta que las leyes asociadas a las empresas han sido creadas pensando en las grandes empresas? Lo extraño del asunto es que la inmensa mayoría de las empresas no son grandes, es más, son de tamaño micro.
Además, hemos señalado antes que el ser emprendedor es probablemente la última opción de una persona que quiere contar con recursos estables pero que no consigue un empleo asalariado y por tanto recurre a generar su propio empleo para sobrevivir. En más de una ocasión en conversaciones con trabajadores asalariados interesados en poner un negocio propio, hemos indagado respecto de la posibilidad de dejar el empleo y arriesgarse con el negocio. Menos del 1% señaló que lo haría. La mayoría piensa en un negocio como un “ingreso extra”, pero no como una forma de vida. O al menos son muy pocos.
La evidencia respecto de la diferencia entre el tiempo de trabajo del emprendedor y el empleado no deja lugar a dudas. Por lo general, el primero no tiene un horario establecido y el segundo sí. La jornada del primero empieza antes y termina después que la del segundo (además de incluir más días). La comparación no busca establecer si un grupo es mejor que otro, todo lo contrario. El sentido común indicaría que la decisión racional es ser un trabajador asalariado, ya que cumple un rol establecido, obligaciones (más o menos) claras, un horario, ciertas prestaciones laborales, seguridad social, etc.
Además, si comparamos al emprendedor de un pequeño negocio con la “gran empresa”, ésta última goza de una serie de incentivos asociados a su tamaño y su capacidad de “generar empleo”, “exportaciones”, etc. En una comparación con el trabajador asalariado, el emprendedor arriesga, trabaja más horas, con menos recursos, etc., es decir, su actividad es cuesta arriba. Si esto que señalo pareciera claro para todo el mundo, ¿porque todo para el emprendedor más difícil?
Hay una confusión muy grande respecto del significado de la palabra emprendedor, ya que se asume como sinónimo de empresario. Y esa palabra implica (para algunos), posibilidad de extraer la mayor renta posible, o el estricto cumplimiento de las (infinitas) normas.
El título de mi nota es sobre la discriminación positiva (affirmative action en inglés), y porque no siempre es positiva. En este caso escuchamos por toda Latinoamérica de las pymes son el motor de la economía y sobre la necesidad de favorecerlas, de darles atención, financiamiento, asistencia técnica, etc., pero lo que reciben es… nada. No se puede tratar a las pymes con el marco legal de la gran empresa. Tampoco se les puede exigir lo mismo que a la gran empresa (o al menos no desde que nace). Quizás el problema sea justamente de “acción afirmativa”, pero real, es decir, un trato diferenciado para el grueso de las empresas. Puede sonar contradictorio porque se supone que la ley busca responder al caso general. Pero mientras no nos demos cuenta que la pequeña empresa es el caso general, tenemos que invertir la tortilla y discriminar en favor de la mayoría. Contradictorio, ¿no?