Nos asusta pensar en la vejez, sobre todo si es la propia. Las asociaciones más comunes la relacionan con la tristeza, temores, arrepentimientos, depresión y soledad. Pero según parece, es todo lo contrario: cuantos más años tenemos, más felices somos.
Jonathan Rauch sugiere que los niveles más altos de felicidad se presentan al principio y más tarde en la vida adulta avanzada, y los más bajos en la mitad de nuestra existencia. En su libro La curva de la felicidad: Porque la vida es mejor después de los 50, el autor sugiere que durante la infancia la vida es fácil y divertida. A medida que nos adentramos en la adolescencia, esa felicidad va decreciendo y a partir de los 20 años el estrés aumenta constante y considerablemente, al mismo ritmo que nuestra productividad y responsabilidad.
Mundialmente, 46 años es la edad promedio en que la preocupación, depresión y ansiedad alcanzan su punto máximo. A menudo se percibe la mediana edad como el apogeo de la vida, con carreas que sostener y familias que cuidar, proveer y mantener. Y si bien todo esto es altamente satisfactorio, el despliegue que esto requiere también significa un trabajo demandante tanto física como emocionalmente. ¿Qué sucede después?
Después la coyuntura cambia, como las prioridades y las sensaciones. Los hijos crecen, y la sensación de que “lo hecho, hecho está”, y el darse cuenta de que algunas cosas que se soñaron probablemente nunca sucederán, aparece como un alivio que permite relajarse.
La conciencia de que el tiempo avanza hace que muchos decidan cambiar el foco: en lugar de luchar por construir el futuro a largo plazo, se concentran en disfrutar el presente, saboreando la vida cotidiana y nutriendo lazos interpersonales.
Varios estudios acerca de la felicidad corroboran que a partir de los 50 la satisfacción de las personas va en aumento, alcanzando un pico de felicidad en la vejez. Este dato es aporta optimismo y bienestar en un país como Costa Rica, en donde casi el 30% de la población tiene más de 50 años.
Pareciera que enfrentarnos con el hecho de que nuestro tiempo es finito, nos hace apreciar lo verdaderamente importante y valioso. Este fenómeno conocido como “la paradoja del envejecimiento”, nos invita a repensar la representación que tenemos sobre la vejez y avanzar con alegría, ya que nos espera un mix estimulante de sabiduría, experiencia y felicidad.