Diez meses han pasado desde que Antonio Álvarez Desanti sufrió una de las mayores incertidumbres de su vida: no saber si le había ganado a su contendiente, el expresidente de la República, José María Figueres en la convención interna del Partido Liberación Nacional (PLN).
Hoy, el panorama no es más fácil y Álvarez Desanti tiene la tarea de conquistar a la mayor cantidad de votantes en una sociedad polarizada, donde el 70% de los costarricenses no se sienten identificados con ningún partido político.
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Pero ese escenario no lo desanima y Álvarez continúa con su lucha para ostentar la presidencia de la República. A cuatro días de las elecciones, la encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) lo ubicó en el segundo lugar en la intención de voto -detrás de su excompañero Fabricio Alvarado- con 12% de apoyo.
Su caballo de batalla durante la campaña ha sido la promesa de crear 150.000 empleos para reactivar la economía nacional y evitar que Costa Rica se convierta en la “Bolivia Centroamericana”. Pero más allá del tema económico, Desanti -quien según su perfil de campaña desarrolló “una visión solidaria y progresista, orientada por los ideales de San José de Calasanz”- vive una paradoja: a pesar de que no apoya el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo, no es el abanderado de esta causa ante el sector conservador y más bien, se ha ganado el reclamo de la comunidad LGTBI.
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Sobre su espalda carga la responsabilidad de llevar al PLN hasta la Presidencia de la República, después de que en el 2014 Johnny Araya desistiera de su candidatura en segunda ronda. Pero pertenecer a una de las estructuras partidarias más grandes y tener músculo en la política, no le garantizan el triunfo este 4 de febrero, en un país donde 3 de cada 10 personas aún no habían definido su voto a días de la votación.