El Gobierno enumera así las fisuras más graves, según su juicio, del modelo de desarrollo costarricense, las cuales deben atenderse con “premura”, dice el ministro de Hacienda, Edgar Ayales: 1) el alto costo y el deterioro de la calidad de los servicios públicos, 2)la limitada capacidad de ejecución de la inversión pública y 3) el estancamiento de la carga tributaria. Esta última no tiene pleno consenso: para ciertos especialistas de corte liberal la carga tributaria es lo suficientemente alta en el presente.
Si bien la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sustenta con datos que Costa Rica tiene una baja recaudación tributaria por persona comparada con el promedio de los países con Índice de Desarrollo Humano alto, también es cierto que, según las medidas de la PWC junto con el Banco Mundial, Costa Rica muestra una mayor tasa impositiva sobre los negocios que los países escandinavos, lo que lleva a cuestionarse si es apropiado subir más esa tasa con una reforma fiscal. Así se despierta uno de los debates del momento: con un déficit fiscal equivalente al 4,3% para el 2012, ¿pretende el país llenar ese agujero con más impuestos o con recorte de gasto innecesario? o ¿con ambos métodos?
Uno de los argumentos oficialistas es que el 95% del gasto ya tiene fines definidos por ley, lo que amarra al aparato estatal para eliminar y redefinir gastos. Ante eso la respuesta de ciertos sectores es que una reforma fiscal debiera, entonces, cambiar también la normativa que limita de tal forma la flexibilidad del gasto.
¿De dónde nació el problema?
El origen del embrollo fiscal transita, básicamente, por el gasto. Junto a la desaceleración económica que afecta negativamente la recaudación de recursos, las medidas de emergencia con el “Plan Escudo” de Óscar Arias incrementaron los salarios de una planilla estatal creciente, que, al lado de las tranferencias corrientes, contribuyeron a que el déficit fiscal creciera el quivalente al 3,7% del PIB del 2007 al 2012. Sin duda, el próximo gobierno enfrentará los tirones de tres bandos: los que piden más impuestos, los que exigen menor y mejor gasto, y, claro, los que ven ahí un falso dilema.
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