La teoría del desarrollo, en su componente de inversión extranjera, indica que cuando una empresa establece su presencia en una nación emergente aporta capital fresco a la economía, genera empleos –de mayor o menor calidad según sea la naturaleza de la inversión–, transfiere tecnología productiva y administrativa, provoca encadenamientos hacia la microeconomía local y, si se hace para atender demanda en el mercado local, crea valor para sus consumidores mediante los productos o servicios que ofrece.
Cuando su sistema productivo y gerencial es innovador, crea “escuela” entre los emprendedores locales y, a partir de sus ejecutivos nacionales, suplidores y distribuidores, se desarrollan nuevas inversiones complementarias a la original.
En nuestro país esto ha ocurrido muchas veces.
Desde finales del siglo XIX, cuando Minor Keith estableció el ferrocarril al Caribe y lo abasteció de carga mediante la producción y exportación de banano – con lo que estableció la primera empresa multinacional del hemisferio occidental– hasta la llegada a nuestro país de empresas y marcas emblemáticas en sus respectivos sectores, a partir de la década de 1950, en nuestro país se han transformado profundamente los sistemas de manufactura, servicios, alimentos, construcción y comercio, entre otros, gracias a los aportes de tecnología, conocimientos y métodos de empresas extranjeras.
El aporte de capital y de tecnología que hacen estas inversiones extranjeras a la productividad, al empleo, al emprendedurismo, al comercio internacional y al desarrollo del país, en general, es lo que nos ha permitido crecer de manera continua por muchas décadas. Costa Rica ha llegado a un punto en su desarrollo en el que, para seguir creciendo simultáneamente en términos económicos y sociales, debe aumentar el nivel de inversión, generar empleos más sofisticados para una población más educada, y aumentar el contenido tecnológico del trabajo.
En este sentido, la llegada de los servicios de base tecnológica, en industrias que no tienen fronteras pero que retan a las más convencionales –como Amazon en ventas al detalle o Uber en transporte remunerado de personas– cambian completamente la dinámica del mercado, pues sus procesos de compra y de prestación del servicio se hace sobre plataformas electrónicas, más seguras, sin que medie intercambio de moneda física, y con estándares de seguridad y calidad diferentes y generalmente superiores.
Los equipos gerenciales, por la misma naturaleza de las empresas –y como reportó EF la semana anterior para el caso de Uber– son más horizontales, muchas veces trabajando en forma desconcentrada y remota, sobre plataformas de comunicación electrónicas, y con relaciones laborales que son atípicas y no representativas de un contrato laboral tradicional en nuestro país, por lo que sus colaboradores son más “emprendedores franquiciados” y capacitados a una cultura de servicio moderna, que empleados.
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Todo esto implica innovaciones para las organizaciones del país. Así como las empresas extranjeras de mitad del siglo XX aportaron mejoras en procesos de manufactura y crearon escuelas de gerencia basadas en la productividad industrial, las nuevas empresas de servicios basados en electrónica y telecomunicaciones, vienen a crear nuevas tendencias productivas basadas en innovación y conocimientos; desmaterializan las transacciones monetarias; descentralizan las relaciones contractuales, y generan nuevas oportunidades de inversión para emprendedores locales, prestando servicios a estas nuevas empresas o, mejor aún, generando innovaciones con la misma lógica, como ya ha ocurrido en Costa Rica en servicios de mensajería, por mencionar un ejemplo concreto.
Uber, esa empresa que nació en medio del conflicto, es también el buque insignia de una nueva forma de hacer negocios. Más allá de que logren el permiso para operar y así mejoren el servicio de transportes de pasajeros en el país, ya ha contribuido de manera importante al darnos la oportunidad, en su diseño, prácticas y cultura organizacional, de tener un vistazo a las organizaciones del futuro. Hoy parece disruptiva. En unos pocos años será el estándar y en nuestras manos está aprender de ella o tratar de negar lo que ya es una realidad.