D e acuerdo con el Foro Económico Mundial, Costa Rica es una nación que por su nivel de ingreso y estructura productiva está en transición de ser una economía de manufactura y servicios a convertirse en una de innovación y conocimientos.
Para completar esta transición, el país debe fortalecer todas sus formas de conectividad y debe contar con una base de capital humano que le permita niveles de producción cada vez más avanzados en diseño, contenido tecnológico, aplicación de conocimientos e innovación. El país debe competir cada vez más en industrias y segmentos en que la producción requiere de investigación y desarrollo, aplicaciones de ciencia y tecnología y gestión de empresas basada en el valor agregado, el desarrollo de marcas y el control de la distribución a escala global.
Se dice con frecuencia que en el sector productivo entre el 30% y el 50% de los jóvenes en 10 años trabajarán en puestos que no existen hoy. Esto implica una formación para el aprendizaje continuo, para la aceptación y adaptación al cambio, con destrezas generales –dominio de lenguajes, tecnología, creatividad y capacidad de investigación– ya sea en una formación técnico-profesional o universitaria, como requisito para incorporarse de manera efectiva a una fuerza laboral en evolución.
El país cuenta con un amplio sector educativo. A pesar de esto, existe una brecha significativa entre la oferta de profesionales y técnicos y los puestos de trabajo que deben llenar las empresas. Con una tasa de desempleo inusualmente alta para el país, 9,7% al primer trimestre de este año, esta oferta masiva de profesionales y técnicos carece de oportunidades de empleo tal y como lo muestra el análisis del tema presentado en esta edición.
Existe un pobre alineamiento entre las carreras ofrecidas por el sector educativo y los profesionales que demanda la empresa privada. Para esto hay varias causas. Hace unos meses se reportó cómo en nuestro país el empleo público –una vez incorporados los beneficios y pluses– paga más y de manera más estable que la empresa privada, creando incentivos para expandir la burocracia estatal en vez de formar el capital humano que requiere el avance de nuestro modelo de desarrollo. Además, la maraña de trámites y los costos excesivos de establecer una nueva empresa limitan el número de jóvenes que se arriesgan a iniciar sus propios proyectos.
En este contexto, si el país va a seguir el camino al desarrollo, debe cambiar y alinear las señales con el contexto productivo en que nos encontramos. Ha llegado el momento de que nuestras instituciones educativas ajusten sus estrategias.
El país necesita más ingenieros, expertos en informática, técnicos en temas innovadores, investigadores científicos y emprendedores. Necesitamos que desde el MEP se empiece a dotar a los niños y jóvenes con la formación y destrezas que les harán felices, responsables y saludables, pero también empleables y productivos en el futuro. Necesitamos que el INA y las entidades de formación técnica, incluyendo el creciente número de colegios de secundaria técnico-profesionales, modernicen su oferta de formación y que las universidades aumenten al ritmo máximo posible la proporción de técnicos, diseñadores, gerentes y científicos que forman y colocan en el mercado laboral.
De no hacerse estos ajustes, el estancamiento en crecimiento, modernización productiva, progreso social y sostenibilidad serán prácticamente inevitables.