Recientemente Henry Kissinger caracterizaba la situación internacional, cuyos principales rasgos –según él– son la redefinición del orden global, los desafíos y redefiniciones del orden en las regiones, la reformulación de las relaciones interregionales y la interacción simultánea y en tiempo real entre las zonas.
Fluidez y transición hacia una nueva arquitectura del sistema internacional constituyen el signo de los tiempos.
El ascenso de China, el repliegue de los EE. UU., la nueva agresividad rusa y la actividad de potencias emergentes son importantes elementos del cambio.
La crisis europea (Grecia, Alemania, migrantes, posible separación del Reino Unido de la UE, Cataluña), la división de América Latina en bloques, los conflictos en el mar del sur de la China, la expansión china hacia Asia central marcan las mutaciones regionales.
La afirmación de Rusia en el espacio postsoviético (Ucrania) y la conformación de una unión euroasiática configuran una nueva relación con Europa y con Asia. La transformación de las relaciones interamericanas (OEA versus Celac) provocada por el surgimiento del nacionalismo populista y el retiro de los EE. UU., implicado en dos guerras extracontinentales, son también indicadores de esa fluidez.
La organización para la cooperación de Shanghái liderada por China y Rusia, el banco chino para el desarrollo, las coordinaciones entre los Brics, así como el acuerdo transpacífico (TPP) señalan también cambios en las relaciones entre regiones.
La sociedad de la información ejerce una influencia crucial en este nuevo mundo. La crisis siria provoca discusiones de política interna en Europa, la guerra ucraniana motiva intentos rusos de expansión en América Latina, la desaceleración china tiene efecto directo sobre las exportaciones latinoamericanas.
El planeta cambia profundamente, de ahí que resulta cierto decir que el batir de las alas de una mariposa en Crimea puede provocar un maremoto en el Lago de Nicaragua.