El desarrollo de una economía tan pequeña como la costarricense depende, de manera significativa, de su inserción en la economía internacional. Dichosamente, nuestros antepasados percibieron esta realidad con gran clarividencia. De ahí su empeño en promover las exportaciones, primero de café y luego de banano. De ellas dependía la situación económica del país durante muchas décadas.
Más recientemente, a partir de la década de los 80 del siglo pasado, el país tomó la decisión de sustituir el modelo de desarrollo “hacia adentro” –basado en la sustitución de importaciones– por el del desarrollo “hacia fuera” –basado en la promoción de las exportaciones y el aumento de las importaciones–.
El país se enrumbó en esa dirección a paso firme. El énfasis se puso de manera especial en la apertura comercial unilateral, la atracción de inversiones extranjeras directas (IED) y el acceso a mercados externos.
En cuanto al acceso a mercados externos, lo más conveniente para un país como Costa Rica, consiste en la apertura del comercio internacional mediante negociaciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sin embargo, la lentitud inevitable para llegar a acuerdos internacionales obligó al país a seguir dos caminos simultáneamente. De una parte, participar activamente en la OMC y de otra, suscribir tratados de libre comercio (TLC)) con varios países a fin de lograr, con mayor rapidez, acceso a mercados externos. Por ello, se fortaleció el Mercado Común Centroamericano, se suscribieron TLC con países más grandes que Costa Rica como México, Chile y con otros altamente desarrollados como Canadá.
Dentro de este marco general de referencia, el paso más importante ha sido el de suscripción del TLC entre Centroamérica y República Dominicana con EE. UU. (Cafta, por sus siglas en inglés). Se trata de uno de los hitos más significativos de los últimas dos décadas. La importancia de EE. UU. para Costa Rica es innegable (comercio, inversiones, turismo). Era conveniente profundizar las relaciones con el principal socio comercial y económico de Costa Rica.
Foco de atención
Pocos temas han acaparado tanto la opinión pública, en los últimos 18 años desde la fundación de EF, como la aprobación del Cafta. Los grupos de interés y los partidos políticos se polarizaron. Para muestra un botón: el Eco Católico publicó una treintena de editoriales en contra del TLC. Por primera vez, fue necesario recurrir a un referendo para poder tomar una decisión sobre un asunto de interés nacional. Para algunos, el Cafta sería la tabla de salvación de la economía del país. Para otro, representaba un embate más del imperialismo yanqui.
Ambos bandos se equivocaron, pues, no sucedió ni lo uno ni lo otro.
La aprobación del Cafta fue un paso de suma importancia en el largo camino por lograr una mayor inserción en la economía internacional. El Cafta fortaleció el acceso al mercado estadounidense al transformar concesiones comerciales unilaterales de EE. UU. en compromisos internacionales.
El Cafta benefició a los consumidores nacionales al abolir ciertos monopolios (seguro, telecomunicaciones) y al abrir el mercado local a las importaciones de alimentos de la canasta básica. El Cafta consolidó la integración centroamericana al negociar los países del Istmo de manera conjunta. Así, el Cafta ha permitido afianzar el modelo de desarrollo “hacia fuera”.
Aprovechar las múltiples oportunidades que ofrece el Cafta depende de las decisiones (consolidación fiscal, programa de competitividad) que tomemos los costarricenses. Este es el reto que enfrenta el país.