H ace 40 años llegó a Costa Rica Anne Aronson y, poco después, hace 23 años, echó a andar un proyecto educativo con una visión académica humanista, que llamó The European School, en San Pablo de Heredia. Innumerables jóvenes se han formado en sus aulas, al calor de una filosofía antropológica centrada en la felicidad.
Los testimonios de estos jóvenes y de sus padres inspiran y nos hacen bendecir la hora en que a nuestro país llegan estas benditas migraciones a compartir sus experiencias y sus conocimientos.
Este centro está enfocado en la formación autocrítica y literaria, desplegada en el desarrollo integral de los alumnos. No se trata propiamente de una novedad y, mucho menos, de un esnobismo, tampoco de la adopción de las prácticas educativas más modernas o en boga, sino de un proyecto esencial, que va en derechura a la formación del ser humano y que, por lo tanto, recoge las mejores y más eficaces experiencias en el largo camino de la educación.
Las palabras de la directora sintetizan esta visión: “Quiero tener –dice– niños fuertes que, al terminar el colegio, tengan alguna idea de quiénes son ellos y qué es lo quieren hacer. Que hayan tenido una escolaridad feliz”. Niños y jóvenes fuertes moral, intelectual y espiritualmente, para enfrentar los duros desafíos de la vida y del mundo moderno, conscientes y seguros de su personalidad y de su papel en la historia, y de lo que quieren hacer.
Un proyecto de este tipo, enraizado en lo esencial, requiere pocas herramientas y sencillas: grupos de 20 alumnos, atención personal, mucha lectura y arte, con directrices selectas, y un sentido correcto de la libertad, esto es, de la mano de una disciplina formativa, basada en buenos modales que deben regir la convivencia humana, en un marco de normas claras y razonables, donde el respeto sea un valor ético primario.
En la lectura de la filosofía inspiradora de este centro educativo figuran otros conceptos básicos que explican su éxito y su atractivo. Nos referimos a la preocupación en “abrir la mente” de los alumnos, lo cual supone una educación centrada en la libertad y en la excelencia, que por sí misma produzca en los alumnos el disfrute y el goce del saber y del aprendizaje, desde los primeros días.
Vano sería, sin embargo, este esfuerzo si el alumno no comparte con sus padres o si estos solo se preocupan por la recolección de las notas cada cierto tiempo o al final del curso lectivo.
Esta soledad del estudiante, esta carencia de diálogo con sus padres, cercena una de las vías más provechosas en la formación de los niños y de los jóvenes, así como en la constitución de su personalidad. El hogar no es un hotel o un lugar de paso, sino una escuela de diálogo, esto es, de imperio del amor y de la palabra, donde padres e hijos se evalúan en la convivencia diaria.
Un proyecto educativo de este tipo supone, por lo tanto, una nueva visión del concepto de familia, como todo lo que tiene que ver con el proceso educativo. La idea constitutiva de la educación y de la escuela como hacedoras de felicidad sería inalcanzable sin el ingrediente capital de la familia.
La educación requiere una reforma total en el orden de la política. Cuando una persona, por lo tanto, llega a nuestro país con un proyecto de tan elevado linaje merece el reconocimiento nacional.