Esta última semana conocí a don José Panadés, presidente de la fundación y líder de un proyecto educativo excepcional que –contra lo que se esperaría– ha logrado el mejor promedio nacional (8,61) de la Prueba de Aprendizaje y Aptitudes para Egresados de Educación Media (PAES), en Soyapango, una de las comunidades salvadoreñas con índices de violencia más altos en el país y, por tanto, en el mundo.
Este excepcional centro educativo tiene 1.500 estudiantes desde educación parvularia hasta bachilleratos vocacionales, con una bajísima tasa de exclusión y con enfoques que, además del programa formal, incluye educación deportiva, tecnológica, artística y social.
El proyecto funciona en este nivel con base en la capacidad excepcional de su directora; por la selección cuidadosa de docentes capaces y comprometidos; por infraestructura que en medio de la pobreza y escasez de una comunidad destruida inspira y emociona a quienes tienen la fortuna de ingresar.
También gracias a un riguroso programa de becas entregadas con base en estudios socioeconómicos serios; una administración de recursos que muestra eficiencia, transparencia y, sobre todo, una cultura de medición del desempeño y mejora continua en todos los aspectos del programa.
Los jóvenes no solo son estudiantes. Son además testigos de lo que es posible alcanzar cuando se hacen las cosas bien, con pasión y profesionalismo. El programa incluye además la “escuela para padres”, diseñada para involucrar a la familia en el proceso de desarrollo de los niños y jóvenes.
En medio de pobreza profunda, violencia desenfrenada y muchas otras limitaciones, una vez más queda demostrado que el cambio es posible, pero requiere de líderes convencidos, comprometidos y dedicados a lograrlo.
Ante este ejemplo, ¿qué excusa podemos poner en Costa Rica para justificar que no se mejore nuestro sistema educativo en tasas de graduación y de calidad?