El esfuerzo por declarar loca a la fiscala venezolana, Luisa Ortega, hunde sus raíces en el más profundo totalitarismo del comunismo estalinista.
Desde la época de José Stalin el régimen soviético adquirió la perversa manía de “siquiatrizar” a sus oponentes políticos, etiquetándolos como esquizofrénicos.
Los siquiatras soviéticos ampliaron hasta el absurdo la noción de esquizofrenia, equiparándola a cualquier desviación de una supuesta normalidad, creando así infinitas posibilidades de abusos que llevaron a la creación de una siquiatría punitiva, defensora de la anormalidad dictatorial.
Derrumbado el poder de Stalin sus sucesores continuaron sus perversas prácticas para demostrar que la disidencia era imposible en el paraíso socialista, estigmatizando toda oposición bajo la etiqueta de la enfermedad mental.
Encerrar en sanatorios tenía un menor costo político que fusilar a sus oponentes tras someterlos a remedos de juicios como los procesos de Moscú de 1937.
Si el socialismo encarna la felicidad perpetua y la desaparición de todas las contradicciones, la disconformidad era inexplicable, solo un loco podría oponerse a la armonía universal del comunismo.
Los émulos venezolanos del “sovietismo”, ahora bajo bandera del socialismo del siglo XXI, han tomado el camino de los represores soviéticos y cubanos.
Ortega, chavista convencida, ha cuestionado la absorción de poderes legislativos por parte del Tribunal Constitucional madurista, se ha pronunciado contra el esperpento de constituyente que se quiere convocar y ha denunciado las masacres de la guardia.
El Gobierno reaccionó en contra de la fiscala y pidió un dictamen para declarar loca a Ortega. Hace varias décadas este recurso todavía funcionaba, pero después de la caída de la URSS y las denuncias universales contra la siquiatría represiva, esta manipulación no se sostiene más.