
¿Quién dijo que la pintura es un arte silencioso, "que no suena"? Vean, amigos, Guernica, de Picasso. ¿No oyen los gritos de las víctimas que alzan los brazos crispados al cielo, las bocas desmesuradamente abiertas, la madre que aúlla de dolor con su hijo en brazos, los alaridos de de seres humanos quemados vivos, apuñalando, una y otra vez, la carne del silencio? ¡Jamás se había pintado un cuadro tan sonoro! Si tuviésemos que ponerle música a Guernica, ella sería Trenos por las víctimas de Hiroshima, de Penderecki. Las cuerdas frotadas, tocadas en el lado "erróneo" del puente, con el "talón" del arco, los clusters (masas de notas adyacentes), creando disonancias infernales, la imagen misma de la radioactividad, una especie de fantasmagórica irradiación que hiela los tuétanos: la desintegración, el atroz resplandor del hongo atómico. Sí, ya lo creo que Guernica "suena": basta con aguzar los oídos, y hasta ustedes llegará su clamor de pesadilla, chillido áspero, infinito, desesperanzado...
En 1937 Guernica (6 000 habitantes), es la capital cultural del país vasco. Un pueblo rural, sin bases militares: su único "pecado" consistió en "cruzarse" en la ruta de retirada del Frente Popular, durante esa saturnal de la muerte que fue la Guerra Civil Española (1936-1939). Con ella comienza -aunque la historia "oficial" así no lo consigne- la Segunda Guerra Mundial. España es una víctima destrenzada por dos fieras: por un lado, los grupos marxistas que veían en el proyecto social de la hiper-colectivización -según el modelo bolchevique- el futuro de la humanidad; por el otro una alianza del partido fascista Falange Española, la Iglesia Católica (cuyos santos varones bendecían los fusiles de quienes militaban en su bando, y administraban la extremaunción a los soldados... que suscribían a su ideología), la extrema derecha, y un puñado de monárquicos y carlistas irrisoriamente anacrónicos.
El 26 de abril de 1937 el universo suspende por un momento su movimiento de expansión para ver lo que estaba por suceder en nuestro pequeño planeta. Los primeros aviones fueron avistados a las 4: 30 p.m. Cazas Heinkel de la Legión Cóndor de la Alemania nazi, y de la Italia fascista. El Armagedón duró tres horas. Lluvia de fuego. Bombas incendiarias. Era el día en que, tradicionalmente, las familias bajaban a reunirse en el pueblo para apertrecharse y departir. Los soldados andaban en el campo de batalla: en el lugar no había más que mujeres, niños, ancianos y enfermos. Las masas de humo eran tan densas que impedían bombardear blancos específicos. Los obuses cayeron aleatoriamente, destruyendo el setenta por ciento de los edificios y matando a ciento veintiséis personas. Civiles, todas ellas. Para regusto del Generalísimo Franco, sí, que con ello se apuntaba un triunfo bélico decisivo. El teniente Wolfram von Richthofen, al mando de la Blietzkrieg ("guerra relámpago"), admite, en su diario, haberse portado ese día "muy maleducadamente con los ciudadanos de Guernica". ¿Cinismo? ¡No, que el cinismo es una escuela de pensamiento de la Antigüedad notable por su coherencia y universalidad! No: una de esas expresiones que deberían ser añadidas, en addendum, a la Historia Universal de la Infamia, de Borges.
Picasso está a la sazón en París, inventando un siglo entero de pintura. Es la proa de todas las vanguardias estéticas del momento. Ya consagrado. Aquellos ojos suyos, desguarnecidos de pestañas, horadantes, que pareciesen querer raptar la realidad, sus pupilas de águila, fijas, ávidas... por poco dan miedo. La mirada del siglo XX. Al enterarse del genocidio pinta una tela monumental (350 cm x 776 cm), utilizando la gama de los grises, el blanco y el negro (colores "absolutos": el todo y la nada, la vida y la muerte) con una pátina amarillenta que evoca a Mallarmé: "el sol se va muriendo, bilioso, desvaídamente ambarino, en el horizonte". El cubismo no es aquí un mero capricho estilístico: los ángulos, los picos, las aristas, lo punzocortante: todo hiere, todo es peligroso y amenazador, los sinusoides, las curvas están reservadas para figuras cargadas de un contenido expresivo especial. ¿Por qué el blanco y el negro? Porque Picasso quería recrear el efecto visual de la prensa escrita, entonces limitada a estos dos colores. En medio de la estilización y los rasgos surrealistas del cuadro, hay en él algo de reportaje, de documental, como las fotos de guerra.
Otto Abetz, embajador nazi en Francia, lo sorprendió en su taller. "¿Es usted quien ha hecho esta atrocidad"? -le preguntó matonilmente, señalando el óleo. "No: es usted" -respondió Picasso. Durante la ocupación de París, el pintor le regalaba fotos del cuadro a los alemanes, y les decía: "llévense sus souvenirs, señores". Siempre fue un provocador. Divina, egregiamente.
Otros pintores habían ya recreado los horrores de la guerra en telas memorables: La masacre de los inocentes, de Rubens; Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya; La matanza de Quíos, de Delacroix. Pero con Guernica, Picasso explora una latitud del dolor hasta entonces no expresada.
Guernica fue exhibido en la Exposición Universal de París, en 1937. Llegó a Madrid en 1981, seis años después de la muerte de Franco, y es actualmente la prima donna del Museo Reina Sofía. Simboliza el fin de una dictadura de treinta y seis años, que devolvió a España a la teocracia y las tinieblas del Medioevo.
Una yegua con las mandíbulas desquijaradas -alegoría de España violada-, un hombre destripado que yace en el suelo, llamas por doquier, un toro (distintivo del folclor español, en la mitología íntima de Picasso asociado también al Minotauro, símbolo de potencia viril), una mujer que sostiene una lámpara de petróleo, otro hombre que se arrastra penosamente, la rodilla sobre el suelo, una bombilla que más parece un formidable estallido lumínico, una madre con su hijo agonizante (sabemos que es varón, por el pene), las superficies, que parecen "texturadas" por la tipografía periodística: el cuadro está lleno de movimiento, es una orgía de muerte. Todo en él asciende (brazos, miradas), todo pareciese elevar un reproche no escuchado a los cielos.
Lo propio de las obras maestras es suscitar constantes re-lecturas. En 2011, José Luis Alcaine (colaborador de Almodóvar) sorprende al mundo con un estudio según el cual Guernica estaría inspirado en una secuencia de la película Adiós a las armas (1932), de Frank Borzage, protagonizada por Helen Hayes y Gary Cooper (no confundir con el refrito de 1957, de Charles Vidor). Está basada en la novela epónima de Hemingway -buen amigo de Picasso-, y estuvo en cartelera en París durante seis años. Alcaine demuestra, fotorama a fotorama, cómo la obra pictórica reproduce imágenes de la película, y utiliza símbolos sobre cuyo significado el pintor nunca quiso pronunciarse, pero que están presentes en la cinta. Dos artes visuales por excelencia, fecundándose una a la otra.
Este año se cumple el trigésimo quinto aniversario de la instalación de Guernica en el Museo Reina Sofía, pero, lo que es más importante, ochenta años del genocidio. ¿Es Guernica un cuadro "bonito"? ¡Por supuesto que no: es perturbador, atroz, una apoteosis del dolor expresado en su forma más directa y primaria: el alarido! "Bonito" podrá ser un crucero por las Bahamas, o una tarjeta postal. El arte debe estremecer, no simplemente hacer cosquillitas. Lo enfatiza el propio Picasso: "La pintura no se hizo para decorar apartamentos, es un instrumento de guerra, ofensivo y defensivo, contra el enemigo". Es un testimonio. Pascal dijo alguna vez: "El mejor homenaje que podemos hacerle a un muerto, es decir lo que él hubiera dicho, de estar presente entre nosotros". En Guernica, Picasso habla por ciento veintiséis almas, encarna su voz, esa que nos alcanza, aun, ahogada por la angustia, desde el fondo de los siglos.