La ciencia debería tener como fin el aumento del conocimiento del mundo y su utilización en beneficio de la sociedad. En la práctica, la mayoría del conocimiento generado es documentado en artículos científicos, conocidos como papers, los cuales contienen el resultado de una gran diversidad de investigaciones.
Una investigación generalmente tarda un par de años. Luego, la revisión en las revistas científicas puede tardar hasta un año más. Muchos investigadores consideran que ahí concluye deber. Sin embargo, su obligación debería ir más allá: comunicar conocimiento novedoso, interesante y pertinente.
Se estima que un 50% de los papers serán leídos solamente por los coautores, revisores y editores. Esto por dos razones: porque son adelantados a su época, es decir, su sofisticación hace que sean vistos hasta décadas después. De estos, hay casos, pero pocos. En segundo lugar, existen investigaciones repetidas, insustanciales y poco replicables. Investigaciones innecesarias.
Hay perturbaciones en el sistema. La evaluación de la calidad de los científicos, laboratorios y universidades se hace a partir del número de trabajos publicados. Esto incide en salarios, asensos y obtención de financiamiento. Por tanto, la mayoría va a lo seguro, evitando hacer investigaciones muy novedosas o disruptivas.
Este enfoque reduccionista distrae de lo medular en la ciencia. Se privilegia la cantidad sobre la calidad. Se limita la creatividad, originalidad e innovación.
Es necesario renovar el sistema. Se debe privilegiar la calidad, considerando además de las métricas, otros formatos de comunicación para sociedad. Las agencias de financiamiento deben brindar espacios para temas fueras de agenda e innovaciones radicales.
Por último, preguntarse permanentemente ¿Para quién escribo yo entonces?
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