Asistí a un baby shower en el metaverso de Costa Rica y así fue mi experiencia

¿Qué tan cerca estamos de poder habitar un mundo virtual? Lo suficiente como para poder realizar un ‘baby shower’ en el metaverso.

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Aún no ha nacido, pero Thomas, a diferencia de muchos de nosotros, probablemente vaya a saber cómo fue el baby shower que celebraron sus padres. Yo no tengo idea cómo fue el mío, lo más seguro es que hubo una reunión pequeña con regalos, comida y familia; algo simbólico, quizá bonito, pero anodino, a final de cuentas. Thomas, en cambio, tendrá una mejor anécdota: el suyo fue el primer baby shower costarricense —quizá hasta del mundo— celebrado en el metaverso.

No es de sorprenderse cuando se toma en cuenta quiénes son sus padres: César Bravo y Desilda Toska, dos ingenieros en sistemas, inventores y fieles creyentes de que esta realidad virtual será más que una simple moda.

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La primera vez que conversé con César, me rechazó una llamada telefónica por una propuesta más en línea con el tema: “Si estás en la compu, ¿qué te parece si te paso un link y nos vemos en el metaverso?”.

Aprovecho el uso de la primera persona para hacer una salvedad: tengo 26 años, pero poseo la noción tecnológica del siglo pasado. Es decir, mi experiencia en el metaverso antes de hablar con César era mínima —la de alguien que, de lejos, escuchó la apuesta de Mark Zuckerberg y el cambio de Facebook a Meta—, así que todo lo que les voy a contar a continuación fue visto a través de los ojos de un primerizo, como lo seremos muchos cuando la tecnología lleve este universo virtual al mainstream, de la misma manera que llevó, en su momento, las redes sociales a nuestros teléfonos para cambiar por siempre la manera en la que nos relacionamos con el Internet.

Entrar no fue difícil: basta con darle click al enlace —un URL común— y seguir las instrucciones en la creación del perfil, las cuales no varían en gran medida a las que uno seguiría para entrar a una llamada grupal de Zoom, Teams o cualquier plataforma de videollamadas.

Eso sí: hay un cambio importante: uno debe elegir un avatar, el cual será el “cuerpo” que tendremos en este mundo virtual. Una vez seleccionado, ya se está listo para entrar en en el universo paralelo que hoy ya tiene un nombre: el metaverso.

Apenas ingresé me recibió César, a quien conocí no por su cara sino por su avatar: un pequeño astronauta de traje naranja con blanco que flota por el lugar. ¿Mi avatar? Una especie de caricatura de un graduado con toga y birrete. Aquí abajo les dejo un “selfie” de cómo nos veíamos:

La forma más sencilla de describir el metaverso construido por César y Desilda es compararlo con una especie de videojuego, especialmente como Minecraft o Roblox, todavía con gráficos rudimentarios, pero extraña y acogedoramente inmersivo.

La perspectiva es en primera persona y uno se mueve con el teclado de la computadora, con las teclas W (arriba), A (izquierda), S (abajo) y D (derecha). La “mirada” se dirige con el ratón, como si se estuviera “apuntando” con él. Esto es en el de caso que uno no tenga unos visores de realidad virtual; de tenerlos, estos se colocarían sobre los ojos y la mirada se dirigiría con la cabeza, es decir, nuestros ojos de la vida real serían nuestros ojos del metaverso, como una especie de simulador. Estos visores mejoran la inmersividad, por supuesto, pero no tenerlos no arruina la experiencia.

–¿Ya sabés cómo moverte? —me preguntó César.

—Sí… bueno, más o menos, pero creo que todo bien.

—Ok, vení y te enseño el lugar.

Porque, a final de cuentas, eso es el metaverso: un lugar. También me atrevería a decir que ese componente de “espacio” es el que más lo diferencia de los encuentros virtuales que nos acostumbramos a tener durante la pandemia por medio de videollamadas.

César y Desilda construyeron este espacio para que los invitados pudieran interactuar con él y recorrerlo como una especie de museo. Hay diferentes salones. Por ejemplo, en el pabellón principal hay dos paredes grandes a ambos lados con las ecografías de Thomas, su bebé, y una pizarra donde los invitados pueden escribir y dejar un mensaje para el recuerdo. También hay un pequeño cuarto con fotos de César y Desilda que está dedicado a contar visualmente cómo fue que se conoció la pareja, y un salón de juegos donde los invitados pueden “rayar” una pared para jugar gato.

Mientras hacía el recorrido, César no pudo evitar mostrar cuánto le emocionan las posibilidades de este mundo virtual y paralelo. Se le nota en la voz la energía y el entusiasmo que lo recorre cuando habla de todas sus posibilidades.

—No se si viste que Facebook cambió su nombre a Meta y, en los negocios, cambiarse el nombre es todo un…

—Un statement (una declaración) —le digo.

—¡Exacto! Es todo un statement; no lo hacés por nada.

Me habló, también, sobre el caso específico de los bancos, con los cuales tiene experiencia por su trabajo, y sobre cómo quieren evitar que les pase lo mismo que con las criptomonedas: llegar tarde por infravalorar su potencial.

Facebook (ahora Meta) y la banca son solo dos de los actores que ya han empezado a moverse alrededor del potencial que tiene este mundo virtual. Dubái también tiene un proyecto multimillonario para construir una ciudad entera en el metaverso. Incluso empresas que, a primera vista, no tendrían nada que ver con el metaverso como las cadenas de comida rápida —por obvias razones no se puede comer en la virtualidad— han empezado a incursionar. Wendy’s, creó el Wendysverse, y McDonald´s, en febrero de este año, inscribió diez patentes de sus productos más famosos para comercializarlos en el metaverso.

Una vez terminaron de hacerme el recorrido, César y Desilda me dijeron que ya estaba listo para ir al baby shower, el cual iba a suceder dos días después.

El ‘baby shower’

El baby shower se celebró en tractos, pues este mundo virtual todavía no aguanta a demasiadas personas en un mismo lugar al mismo tiempo. “Sería un caos”, me dijo César, así que se entró en grupos de diez.

En el grupo que me tocó hubo invitados de Costa Rica, Nueva York y Albania. Esa internacionalidad, es, de hecho, una de las razones por la que decidieron celebrar el evento de esta manera: solo así iban a poder invitar a familiares y amigos de diferentes países. César es costarricense y Desilda albanesa, y como ambos han trabajado fuera de sus países, tienen allegados de todas partes del mundo. César calcula que al baby shower asistieron, en total, cerca de diez nacionalidades diferentes.

Una vez que hay más gente en el servidor, se hace todavía más notoria la sensación de “espacio”; de estar en un lugar, aunque sea virtual, principalmente porque así se aprecia mejor la cualidad espacial del sonido.

En este metaverso el sonido está atado a las reglas físico-virtuales del mundo. Es decir: si el avatar de mi interlocutor se aleja en el mundo que veo a través de la pantalla, yo lo iré escuchando cada vez más bajo hasta que salga de mi radio de escucha. Si se acerca, lo iré escuchando cada vez más fuerte; si se mueve a mi derecha, lo escucharé en mi audífono derecho; y si se mueve a mi izquierda, sucederá lo mismo correspondientemente.

Esto permite que sucedan múltiples conversaciones simultáneamente sin interrumpirse porque, si bien todos están en el mismo servidor, no necesariamente están en el mismo “lugar”. Yo, por ejemplo, conversé con César en el salón principal mientras que Desilda y su hermana hablaron cerca del área de regalos de la misma manera que podrían darse esas conversaciones en una fiesta en el mundo real, donde cada quien conversa en diferentes habitaciones.

El otro elemento nuevo es el de la experiencia mixta (combinar lo virtual con lo real). Apenas ingresan los invitados, César y Desilda los guían hasta el puesto de comida. “Mucha gente dice que lo que pasa en el metaverso se queda en el metaverso, pero nosotros no creemos eso, queremos que lo que pase en el metaverso se lo puedan llevar de alguna manera al mundo real y por eso trajimos a Patsy”, dice.

Patsy, fundadora de su emprendimiento Candy Buffet, es una artista en chocolate que, durante el baby shower, se encarga de tomar la orden de los invitados. El proceso para pedir es sencillo: uno se acerca al puesto de Patsy, ella le dice cuáles son las opciones —el menú está compuesto por ositos de chocolate rellenos de queque bautizados como Metabears— y, una vez seleccionado el que se quiere, ella se encarga de producirlos y enviarlos por exprés a cada uno.

“César me dijo que me iba a poner un stand en el metaverso y yo no me lo imaginaba, pero sí se pudo. Esto abre las posibilidades de cómo puedo hacer mi negocio en línea”, me dijo Patsy.

El puesto de comidas no es la única interacción mixta del baby shower, también hay una zona de regalos donde uno puede “dejar” los presentes, solo que en lugar de un regalo envuelto y tradicional, se da por medio de un código QR que redirecciona a una lista de Amazon donde se compra el obsequio en línea.

La sensación de los invitados fue mayoritariamente positiva en términos de accesibilidad. César y Desilda construyeron este mundo para que fuera lo más amigable con el usuario posible; no hay que instalar ningún programa en la computadora y las instrucciones se encuentran tanto en el sitio web como en las mismas paredes del metaverso. Se puede, incluso, ingresar desde el celular.

“Todavía me cuesta moverme, tal vez la próxima vez que me meta lo haga mejor”, me dijo Lida, la hermana de Desilda, entre risas, mientras trataba, torpe pero fructuosamente, de moverse por las habitaciones. “Me gustó que lo hicieran aquí porque es el único lugar donde habrían logrado reunir a tanta gente (de diferentes lugares)”.

Todavía no puedo decir que se trata de una experiencia completamente inmersiva y paralela a la vida real, pues la tecnología todavía no ha llegado a ese punto, pero es allí a donde todas las grandes empresas de vanguardia apuntan y César y Desilda, como entusiastas, ya están escribiendo las primeras páginas de esta realidad virtual en el país. Sí me siento más confiado en decir que es una experiencia mucho más “humana” que las reuniones por videollamada a las que la pandemia nos acostumbró a estar. Por lo menos así lo sentí

Mucho se habla de que la virtualidad llegó para quedarse. Si ya estamos camino a participar virtualmente en un grueso de nuestras actividades comunes, el metaverso parece ser la forma más real posible de vivir en un mundo irreal.