Para Clayton Christensen, “la disrupción es una fuerza positiva. Es el proceso por el cual una innovación transforma el mercado, cuyos servicios o productos son complicados y caros, en uno donde la simplicidad, conveniencia, accesibilidad y asequibilidad caracterice la industria”. Detengámonos en dos características.
Accesibilidad. Se relaciona con la conveniencia, porque se refiere a cercanía; pero no siempre significa un lugar físico, sino también virtual. La accesibilidad tiene que ver con la escalabilidad, porque puede crecer exponencialmente con la misma base de costos, y llegar a muchas personas y sitios geográficos en muy poco tiempo, con frecuencia gracias al acceso de la Red.
Asequibilidad. Es un precio más que competitivo; la posibilidad de acercar a muchas personas las más altas prestaciones de calidad, antes impensables de obtener. Son productos y servicios con precios sumamente razonables, en ocasiones completamente gratuitos, capaces de destruir a competidores inhábiles para cambiar sus modelos de negocios con rapidez.
Las legislaciones norman las realidades pasadas y las existentes, pero muchas veces son impotentes antes las innovaciones. Esto sucede especialmente con la disrupciones de base tecnológica, porque pueden llegar a cualquier sitio con el uso de Internet.
Sobre esto se pueden mencionar los típicos casos de iTunes, Skype, online learning, messaging y Uber.
¿Qué decir sobre Uber y el debate tico? Las dirupciones son paradójicas, obvias –¡hasta absurdas!–, fascinantes y enigmáticas: tienen algo mágico y oscuro.
Tal vez El Principito podría zanjar la cuestión: “cuando el misterio es muy grande, no se puede desobedecer”.