Ana Beatriz: reinvención y vocación

Esta es un caso de amor por el trabajo, vocación y por la entrega de los recursos personales al servicio de los demás

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La conocí recientemente, a lo 38 años es ejemplo de triple reinvención. Me parece un bonito caso para muchas personas que sienten que una vez estudiada una carrera, iniciada una profesión, no tienen forma de salir de la misma.

Este es un ejemplo de que pensar así es un error.

Fue maestra de preescolar en un colegio privado, luego hizo una maestría en enseñanza del inglés, y finalmente, estudió enfermería; quería emprender un centro para estimular niños pequeños y tener atención médica simultánea.

Trabajó en un preescolar, practicó enseñar inglés, y también hizo pasantías por varios hospitales cuando estudió enfermería y hoy trabaja en un hospital.

Es mamá, esposa, hermana, hija.

Es inquieta, trabajadora, persistente. Le gusta aprender, estudiar y estar en constante dinamismo. Puede hacer tareas monótonas y aburridas, otras más complejas y creativas. Todo lo hace con gusto, en función de el servicio que da. Antes, un servicio a los niños, luego a los estudiantes, hoy, a los pacientes.

Su trabajo requiere una mezcla de conocimiento técnico, empatía y mucha organización.

Es curioso, porque observándola en acción me doy cuenta que utiliza todos sus estudios en su trabajo diario, desde la parte metodológica y ordenada de un docente, el inglés para atender personas que no hablan español, hasta finalmente la enfermería, pues se enamoró de trabajar en hospitales, y trabaja en la industria médica.

Ella se encarga de dar la atención a clientes, manejar la parte administrativa de su cuidado y, finalmente, darles seguimiento en el período posterior a la cirugía. Los médicos la tratan como un par y el personal administrativo superior, también. En resumen, ella se mueve en varios sistemas, el médico y el administrativo, con gran fluidez, seguridad, empatía y vocación.

Lo que más le gusta de su trabajo es el contacto humano con el paciente.

Lo que menos el gusta es cuando un paciente con el que ha tenido relación, y ha desarrollado apego, muere.

Por otro lado, esa parte de su trabajo le da perspectiva diaria para no preocuparse por tonteras, para estar más en contacto con la fragilidad humana, y tener presente que la vida es finita.

Cuando habla conmigo, le brillan los ojos, cuando me cuenta algunas historias, las revive emocionada, ama lo que hace, se ve segura y confiada y cuando caminamos por el hospital, mucha gente la saluda con respeto y afecto.

Para mí conocerla fue curioso, porque cuando uno visita un hospital, la mayoría de las personas que trabajan en el mismo, incluidos algunos doctores, se olvidan de la singular experiencia del cliente, o en este caso, del paciente, esto es, el estado de extrema vulnerabilidad.

Pero muchos médicos se olvidan de esa vivencia del paciente y se encuentran inmersos en su trabajo cotidiano lo que en ocasiones produce que a veces se vuelvan insensibles a la situación del paciente.

Hay médicos que ven a cada paciente como uno más, un número más, un procedimiento más, un laboratorio más, un ultrasonido más…

En el caso de Ana, lo que para mí la hace diferente, es su disposición para conectar con la persona que ella atiende, no como uno más, sino un ser único, especial y que se siente muy vulnerable en ese momento.

Creo que quien la contrató hizo una excelente decisión, pero eso sería tema para otro blog.