Los mitos del liderazgo

La verdad práctica es que el crecimiento y aprendizaje del liderazgo sólo termina de pulirse con la vida misma

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Aunque hoy se use en demasiados contextos, la palabra liderazgo tiene que ver con una forma integral de ser y no con simplemente ser el primero de la lista.

Hablar de liderazgo en el siglo XXI sin caer en convencionalismos, lugares comunes o clichés es una tarea difícil. Gran parte de la literatura reciente del management gira en torno del concepto de liderazgo o leadership, y de cómo los empresarios y directores exitosos deben constituirse en líderes.

La pregunta que persiste es qué significa exactamente ser un líder y qué implicaciones prácticas hay en la tarea. Se ha dicho tanto respecto del tema que, siguiendo una metáfora nietzscheana, podríamos decir que la idea de liderazgo en el siglo XXI es como una moneda de uso tan constante y continúo que ha perdido su valor real en la práctica.

“Ser líder”, “ejercer el liderazgo”, “liderar”, entre otras muchas, son expresiones que se escuchan tan frecuentemente en los ámbitos empresariales que parecen referirse solamente a una idea general que engloba una infinidad de elementos, una especie de término general o global, que en inglés llamaríamos umbrella term, para el que es difícil encontrar un significado concreto.

Así, se le llama líder a quien vende más, a quien recibe más votos, al que recibe más aplausos, a quien reúne más seguidores e infinidad de situaciones similares. Los previos ejemplos parecen revelar que el liderazgo se mide cuantitativamente: aquel que destaca sobre los demás por sus seguidores, ganancias o cualquier otro factor mesurable es considerado líder en su campo.

Así, la gama de significado coloquialmente contenida en el concepto de liderazgo es tan amplia, que se atribuye a cualquier individuo que destaque en algún aspecto específico de su quehacer.

La frase anterior es tan general y ambigua, que prácticamente podría encontrarse un campo en el que toda persona pudiera ser considerada líder. En efecto, si todos destacamos en algo, todos podremos ser líderes respecto de algo. Pero en ese caso, la idea de liderazgo pierde todo su valor: si todos somos líderes, entonces nadie lo es.

Habrá entonces que afirmar que el liderazgo radica en un aspecto fundamentalmente cualitativo, no sólo cuantitativo. ¿Qué es, pues, esta cualidad de ser líder? Nuevamente, será de utilidad beber de las fuentes clásicas. Dijo Aristóteles en su Política que el verdadero liderazgo reside en la habilidad de identificar y servir al bien común.

Aunque el estagirita provee esta definición en un tratado relativo al quehacer político, los paralelos entre la dirección de personas en el ámbito empresarial y el de la organización sociopolítica permiten hacer entre ambas una analogía pertinente en varios aspectos.

Dice también Aristóteles que la política es la ciencia rectora de las demás ciencias, pues es la que permite el conocimiento del bien común y como tal establece los fines de las demás ciencias subordinadas. Trasladando esta noción al ámbito empresarial, la dirección resulta el elemento rector de la empresa y, por tanto, su tarea primordial será el discernimiento del bien común.

Componente ético

Si hemos establecido que el liderazgo reside en la habilidad de identificar y velar por el bien común, entonces queda claro que es necesario fomentar el liderazgo en posiciones directivas dentro de la empresa.

La noción aristotélica previa parece implicar que en el liderazgo hay un componente ético, pues velar por el bien común es una tarea de evidente talante ético. Es por ello que el líder debe asegurarse de ejercer la virtud, como se describía en una colaboración anterior y especialmente de cultivar la virtud de la prudencia, que le permitirá identificar en cada momento el justo medio y escoger lo justo según la recta razón.

¿Y por qué el hombre virtuoso y prudente es el sujeto ideal para ejercer el liderazgo? Dirá Aristóteles que este tal hombre ejercerá una cierta atracción sobre otros individuos, pues su ventaja en la virtud le hará deseable como líder, dado su carácter agradable y la utilidad que resulta de relacionarse con él.

La habilidad de identificar y servir al bien común va mucho más allá de la mera técnica, pues implica un razonamiento moral fundamentado en una educación integral. El error común de medir al liderazgo con criterios cuantitativos más que cualitativos es producto quizás de la educación cientificista y positivista que ha imperado en el mundo durante los años más recientes.

Tener criterio para el bien común y saber discernir lo correcto en cada ocasión es una habilidad que se consigue solamente a través de una educación integral, que incluya el estudio de tópicos históricos, filosóficos, literarios y lógicos.

Warren Bennis y Joan Goldsmith, teóricos del liderazgo, defienden también la noción del liderazgo como un elemento del carácter, antes que ser una cuestión superficial de estilo. Según los autores, el liderazgo se relaciona intrínsecamente con la totalidad integral de la persona: su identidad como ser humano y las fuerzas que lo han formado. Así, el proceso de convertirse en líder es un proceso cercanamente ligado al de crecer como ser humano.

También así lo afirma Alexandre Havard, quien defiende incluso que virtud y liderazgo son sinónimos y sostiene que la virtud es el germen de la confianza, sin la cual es imposible el liderazgo.

Trasladando esta afirmación al mundo de los negocios, y en específico al de las escuelas de negocios, podemos establecer que los planes de estudio de los MBA, que pretenden formar a los futuros líderes empresarios, deben estar imbuidos con cuestionamientos multidisciplinarios, concretos y prácticos y sin olvidar nunca el rol ético del líder.

Evidentemente, esto implica un profesorado diverso y multidisciplinario que conozca con profundidad la amplia variedad de campos implicados en los negocios y que involucran muy diversas esferas de la vida humana.

Sin duda alguna, el proceso de convertirse en líder no es uno que pueda declararse como terminado en algún momento específico de la vida. Por mucho que uno pueda recibir un diploma o reconocimiento que lo certifique como líder, la verdad práctica es que el crecimiento y aprendizaje del liderazgo sólo termina con la vida misma.

En el día a día es difícil reconocer qué tanto se ha mejorado o en qué aspectos específicos uno ha alcanzado cierto nivel ideal, pues no es un proceso que suceda de la noche a la mañana. Aprender a ser líder se logra precisamente siendo líder, aunque esto no reduce la importancia de invertir en el capital humano, pues se promueve el aprovechamiento de las oportunidades de liderazgo en el momento en que se presentan.