Viena, Budapest y Praga comparten su historia y sus platillos. Su patriotismo se mantiene vivo gracias a sus viejas tradiciones culinarias. El Imperio austrohúngaro se ha destacado por grandes postres con nombres de compositores, óperas, políticos, emperadores, príncipes y princesas, condes y condesas, generales, batallas, chefs y hasta nombres de ciudades. Las fronteras entre estas tres ciudades han cambiado varias veces, pero sus platillos se mantienen apegados al pasado. Las recetas pasaban de pueblo en pueblo marcando la moda.
En 1918 desaparece el viejo Imperio Astrohúngaro, pero en sus capitales se mantiene viva su más preciada y deliciosa tradición: los kaffeehaus o casa de café, los cuales en muchas ocasiones se utilizaron como salas de estar. En los de más prestigio se ha celebrado desde sus inicios un extraordinario tapiz cultural, no solo por el café servido en vajillas de porcelana china y bandejas de plata, sino por sus exquisitos postres presentados como obras maestras.
Escritores, pintores, filósofos y poetas se han reunido por siglos en estos establecimientos para conversar y discutir sobre las últimas tendencias literarias, del arte, de la música y degustar los postres que han distinguido estas instituciones del resto de los “cafés” del mundo.
La tradición de los kaffeehaus existe desde hace más de 300 años, con costumbres marcadas hasta estos días. Los postres se exhiben en forma sorprendentemente dramática. La selección varía desde sachertorte , una de las tortas de chocolate más famosas del mundo; los strudels de manzana, uvas, cerezas o quesos, gugelhulp como se le llama a sus queques, o una linzertorte rellena con frambuesas. Para los vieneses, los postres forman parte de la categoría más importante de las comidas. Es más bien un estilo de vida que algo que se sirve al final de una comida.
Independientemente del país del viejo imperio, los kaffeehaus capturan la belleza de los sabores y la elegancia de estos cafés, conmemorando su cultura e historia y el deleitable legado de sus postres.