Si usted vivió la llegada de los primeros televisores a Costa Rica, probablemente recuerde lo común que era reunirse en casa de algún vecino a ver un programa durante la tarde.
¿Creería posible que esos momentos fuesen el sello de uno de los supermercados familiares sobrevivientes a la llegada de grandes cadenas y establecimientos chinos en el país?
Osman Supermercado inició en 1935, en Zarcero, como una pequeña pulpería para abastecer a los vecinos de alimentos y artículos varios.
Alrededor de dos décadas después, tras la llegada del televisor al país, Osman González, el fundador del establecimiento, decidió que pondría uno de ellos a disposición de sus clientes.
Este hecho marcó un antes y después en la gestión del local, pues en una involuntaria estrategia de venta, notaron que las personas iban por las tardes a ver los programas en un aparato nuevo para ellos, pero que también aprovechaban para hacer la compra de paso.
De esta manera, se convirtió en un punto de encuentro que forjó, más allá de una relación vendedor-cliente, un círculo de unión comunal hasta crear una costumbre entre los vecinos.
“Nos vemos hoy en Osman”, se decían los vecinos como saludo en las calles para indicar que pasarían a ver algún programa como cada día. Esa frase fue tan representativa que, más temprano que tarde, se convirtió en el lema de la empresa.
En el cumpleaños 90 de este supermercado, Leonardo González, nieto del fundador que comparte su manejo con hermanos, familia y 30 colaboradores, contó a El Financiero la clave para sobrevivir al cambio por casi un siglo.
Considerado por la familia como el más antiguo del país
Gonzalez se muestra orgulloso cuando afirma que no conoce otro supermercado con tanta historia y lazos de sangre en Costa Rica. Lo dice con la certeza de quien recorrió el país por razones de trabajo y no se encontró con otro negocio que combine 90 años de existencia bajo la misma administración familiar.
Cuando su abuelo abrió por primera vez las puertas de la pulpería, lo hizo bajo el nombre de Almacén Osman González Araya e hijo, en ese entonces ubicada al costado suroeste del parque de Zarcero.
Para 1955, junto a su esposa Zoraida Quirós y su hermano Joaquín González, determinaron que había llegado el momento de trasladarse, ahora sí, al frente del parque.
Esa pequeña mudanza, de apenas algunos metros, significó conseguir algo difícil para muchos negocios que desean afianzar su marca en un pueblo: ser parte de la identidad del lugar.
La vista del establecimiento frente a esta zona representativa del cantón hizo que los zarcereños se acostumbraran tanto a su presencia que no podían evitar acudir con frecuencia, sobre todo en un momento donde la distribución comercial de este tipo no era tan abundante como lo es actualmente.
En 1988, ampliaron a autoservicio, y desde entonces, priorizaron la apertura de cada vez más secciones especializadas como farmacia, carnicería y estacionamiento.
“El camino no fue fácil; cada paso requería ser minucioso en la logística a seguir. Por ejemplo, al abrir la carnicería vieron necesario instruirse en adquisición y preservación del producto”, comenta González.


La llegada de la competencia
Cuando las grandes cadenas empezaron a expandirse hacia los cantones rurales, Zarcero no fue la excepción. Este cambio representó un golpe, en gran parte emocional, para la familia.
“Todos se asustaron, como es natural, por eso fue esencial diferenciarse de la frivolidad de las grandes empresas”, asegura el nieto.
La familia entendió que difícilmente podría competir por completo con una transnacional, pero sí en algo que ninguna puede reproducir: la cercanía. Apostaron por un servicio con rostro humano, conocer a sus clientes y ofrecer una experiencia distinta.
“El valor más grande que podíamos dar era el trato. Saber quién está detrás del mostrador, saludar al cliente por su nombre, recordar lo que compra. Eso no lo da una cadena”, explica.
La estrategia funcionó, pues los indicadores del negocio crecieron y los clientes respondieron con lealtad que construyeron por décadas. Muchos de los compradores actuales son hijos o nietos de quienes iban al local original, cuando aún tenía mostrador y se vendía por cuartillos.
No obstante, la competencia no solo vino de las grandes cadenas, ya que en los últimos años el cantón también recibió una ola de pequeños supermercados administrados por familias de China.
A pesar de esto, en Osman Supermercado se mantienen fieles a sus principios de cercanía en lugar de compra rápida: “ellos atienden a un perfil de comprador diferente, por eso conseguimos mantenernos ambos a flote”.
Motor de empleo y emprendimiento local
La segunda generación, encabezada por Carlos González, hijo de Osman, asumió el control del negocio y amplió la operación. Tras su matrimonio con Nedgibia Cordero, reforzó las operaciones junto a sus hijos Iliana, Marcela, Roxana y Leonardo.
Esta nueva generación aplicó su formación profesional en mercadeo, finanzas y administración para apoyar al supermercado donde crecieron, lo cual permitió alcanzar el máximo número de empleo local este año con 30 colaboradores.
La mayoría son vecinos de Zarcero, aunque también hay trabajadores de Naranjo y, recientemente, una joven de Guanacaste que se mudó al cantón para integrarse al equipo.
“Siempre damos prioridad a la gente de la comunidad. Nuestro primer colaborador trabajó 66 años con nosotros, hasta el final de su vida. Era parte de la familia”, menciona.
Pero no todos se mantuvieron como colaboradores hasta el final, sino que también se encontraron con una cosecha de emprendedores que, inspirados en la familia, decidieron abrir sus propios negocios como librerías locales y restaurantes.


Firmeza ante propuestas de compra
En 90 años era inevitable despertar el interés de potenciales compradores, y hasta ahora suman tres las propuestas formales por parte de empresarios que desean tomar las riendas del negocio con su estratégica ubicación.
Tres también son las veces que se negaron a vender el legado de Osman González.
“El supermercado es parte de nuestra historia y de la comunidad, no podemos imaginar Zarcero sin él. Respetamos a quienes deciden vender, porque un negocio como este exige mucho trabajo, pero en nuestro caso preferimos continuar y fortalecer lo que mi abuelo empezó”, constata González.
No obstante, reconoce que mantener una empresa familiar no resulta sencillo: se deben atender desde temas financieros hasta consultas de los empleados, por lo que la carga puede ser abrumadora. Aun así, el compromiso pesa más que el cansancio.
“No negamos que, si algún día llegara una propuesta excepcional, tendríamos que reunirnos otra vez y discutirlo. Pero hoy el valor sentimental supera cualquier oferta”, destaca.
Adopción tecnológica
La forma de trabajo del establecimiento cambió y se adaptó al surgimiento de tecnologías, lo cual le vale su prevalencia en el mercado.
En los últimos años, el equipo incorporó facturación electrónica, controles modernos y un canal de ventas por WhatsApp para atender pedidos que nació durante la pandemia y los clientes mantienen por comodidad.
El edificio actual cuenta con unos 1.400 metros cuadrados, 1.000 de ellos de planta, y un lote adicional para estacionamiento, adquirido hace tres años.
Hoy, la familia trabaja en la apertura de una cafetería en el segundo piso del edificio, con vista al parque, y tendrá el nombre de Zoraida Quirós, la esposa de don Osman y abuela de Leonardo.
El próximo paso será el desarrollo de una aplicación que permita compras en línea. Aunque es costoso y el reto tecnológico es grande, es un paso inevitable a la innovación y atención a la demanda de los clientes.
