Carlos Slim Helú, el magnate mexicano que encabeza la lista de los más ricos de Latinoamérica, acumula una fortuna que desafía la imaginación y que, puesta en perspectiva frente a la demografía costarricense, arroja cifras sorprendentes.
Según el último corte del Bloomberg Billionaires Index a noviembre de 2025, el patrimonio del dueño de América Móvil asciende a los $113.000 millones. Si este capital se liquidara hoy para repartirse igualitariamente entre la población de Costa Rica, el impacto económico individual sería inmediato para la economía local.
Carlos Slim construyó este imperio principalmente a través del sector de las telecomunicaciones y la construcción, controlando empresas que operan en gran parte del continente.
Su riqueza no solo es la más grande de la región, sino que supera el Producto Interno Bruto (PIB) anual de varias naciones latinoamericanas.
Para realizar este ejercicio matemático, El Financiero consultó el reloj poblacional del Centro Centroamericano de Población de la Universidad de Costa Rica (UCR). Al corte exacto de las 4:50 p. m. con 25 segundos del viernes 12 de diciembre de 2025, el país registró 5.205.159 habitantes.
La división simple de la riqueza del empresario entre cada ciudadano, contando desde recién nacidos hasta adultos mayores, resulta en un cheque individual de $21.709, aproximadamente unos ₡10.964.141,41.

El impacto de esta cifra se magnifica al trasladarlo a la economía familiar. En un hogar promedio de tres personas, la transferencia ascendería a $65.127 (₡32.892.424,24), un monto que permitiría liquidar deudas hipotecarias o adquirir una vivienda de clase media en diversas zonas del país.
Si se trata de una familia de cinco miembros, el monto conjunto llegaría a los $108.546 (₡54.821.212,12), una cifra que supera con creces el patrimonio neto de la mayoría de los hogares costarricenses.
Otra forma de dimensionar la magnitud de los $113.000 millones de Slim es a través del flujo de caja mensual. Si ese monto per cápita de $21.709 se difiriera a lo largo de un año, cada costarricense recibiría una mensualidad de $1.809 durante 12 meses, sin necesidad de trabajar.
Incluso si se pensara en una renta a muy largo plazo, distribuida en 20 años, cada habitante del país tendría garantizado un ingreso base de $90 mensuales, una cifra que podría cubrir servicios básicos fundamentales durante dos décadas.

Este capital, inyectado de golpe en la economía doméstica, si bien podría pensarse que alteraría radicalmente la capacidad de consumo y ahorro de la población, arroja una realidad económica muy distinta.
Si el magnate decidiera regalar su patrimonio a los costarricenses, el resultado más probable sería una hiperinflación masiva que, paradójicamente, empobrecería a la población y colapsaría la economía del país.
A pesar de que casi ₡11 millones parezcan una cantidad manejable a nivel individual, la magnitud no depende de si la cifra parece razonable para una persona, sino el impacto macroeconómico de inyectar esa cantidad de dinero de golpe a toda la población.
La razón es que si se duplica la cantidad de dinero en circulación sin duplicar la cantidad de pan, carros, casas o servicios médicos disponibles, la única variable que se ajusta es el precio. Todos tendrían dinero para gastar, pero la oferta de productos sería la misma y la competencia por esos bienes limitados haría que los precios se dispararán de forma inmediata.
En un entorno de precios estables, como el actual en Costa Rica, donde la inflación general ha sido baja o incluso negativa, la gente confía en que ₡1.000 de hoy comprarán más o menos lo mismo mañana.
Al ver que los precios de los bienes básicos se elevan en cuestión de días u horas porque todos tienen una cantidad masiva de dinero nuevo para gastar, los ciudadanos llegan a una conclusión racional y rápida: conservar colones es una forma garantizada de perder riqueza. Nadie quiere ser el último en quedarse con una moneda que se devalúa a un ritmo vertiginoso.
Es decir, el dinero que hoy vale un colón, mañana valdría la mitad. El valor adquisitivo se evaporaría en días.
El colapso del sistema de precios y la pérdida de confianza en la moneda llevarían a un caos económico y al empobrecimiento generalizado de la población.
