En unos meses se levantará el telón para el Mundial de Fútbol 2026. A partir del 11 de junio del próximo año, México estará en el foco de la atención global. La preparación no se limita a estadios o logística turística. Incluye también la proyección cultural de un símbolo nacional: el tequila.
En la antesala de la fiebre mundialista, el tequila encuentra su vitrina más poderosa. La afluencia de aficionados internacionales representa un torrente de nuevas oportunidades comerciales que las casas tequileras y los territorios implicados están listos para capitalizar.
La cadena de valor del tequila
Detrás del brillo de cada botella y la suavidad de cada trago, late un poderoso motor económico que impulsa a miles de familias. La cadena de valor del tequila es una red de empleos vibrante y diversificada.
Desde el campesino que mima el agave durante años, el jimador que prepara artesanalmente la materia prima, el operador que transforma la piña en mosto, el maestro tequilero que vela por la calidad del añejamiento, el diseñador que viste la botella y el promotor turístico que atrae al viajero: todos son eslabones esenciales.
Originado en Jalisco y elaborado por manos locales, el tequila representa una construcción histórica y social. Encierra técnicas autóctonas, procesos industriales, prácticas agrícolas especializadas y un vínculo identitario. Podría decirse que es un referente cultural antes que una bebida.
Con la llegada masiva de visitantes internacionales, el tequila será parte esencial de la experiencia turística. Su presencia en restaurantes, bares y espacios festivos lo situará como mediador social. Acompañará celebraciones y encuentros entre aficionados internacionales y locales.
Un patrimonio con reconocimiento global
El tequila se asocia al agave, una planta suculenta o crasa, cuyos órganos están especializados en el almacenamiento de agua. Concretamente, se elabora a partir del agave tequilana weber azul, que le otorga su distinción como denominación de origen, en relación a su variedad y zona geográfica de cultivo.

Tanto el paisaje agavero como las antiguas instalaciones industriales relacionadas con su producción fueron reconocidas como Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2006, tal como explica el Consejo Regulador del Tequila. Esta distinción subraya el valor cultural de las prácticas agrícolas, los procesos de destilación y la organización comunitaria involucrada.
La figura del jimador se ha convertido en un símbolo de continuidad cultural y transmisión intergeneracional de conocimiento. El tequila opera así como un marcador identitario que articula memoria histórica, ritualidad social y representación nacional.
El mercado global impulsa su visibilidad. Internacionalmente, la Denominación de Origen Tequila (DOT) es reconocida en 55 países, incluidos los de la Unión Europea. Los segmentos premium muestran crecimiento consistente en volumen y valor. Este posicionamiento responde a estrategias internacionales de marca y presencia en eventos de alto impacto.
La industria participa como patrocinador clave en eventos de alto perfil. Demuestra así su alcance global al asegurar alianzas estratégicas con la NBA, el US Open y festivales como Coachella.
Son muchos los artistas y deportistas, como LeBron James, Serena Williams o George Clooney, que han incursionado en el mundo del tequila creando y abanderando sus propias marcas.
También logra presencia en carreras de Fórmula 1 y giras musicales internacionales. El Mundial 2026 fortalecerá aún más este alcance.
Transformación en la coctelería contemporánea
En México se conserva el consumo en “caballito”. Ello equivale a tomarlo de manera directa en un pequeño vaso tequilero, por lo general con 60 mililitros de capacidad. Esta práctica resalta el sabor y el origen. Representa respeto hacia la materia prima.
Desde la antropología del consumo, el acto de beber tequila –particularmente en su forma tradicional– se interpreta como una forma de reafirmación cultural y pertenencia.
Sin embargo, el tequila se incorpora también a la alta coctelería internacional. Bármanes como Phil Ward o Julio Bermejo, de reconocimiento global, han creado preparaciones innovadoras.
Estas propuestas lo posicionan como un ingrediente versátil en cartas especializadas de Tokio, Londres y Nueva York. La margarita y el Tequila Sunrise mantienen vigencia, pero hoy conviven con nuevas combinaciones.
Esto refleja adaptación cultural y apertura a nuevas audiencias. También evidencia la capacidad del tequila para renovar su significado.
Desafíos ambientales y de salud pública
En la parte negativa, el crecimiento acelerado del consumo internacional ha impulsado la expansión de monocultivos de agave en zonas productoras de Jalisco y Los Altos.
Esta expansión ha generado problemas ambientales significativos, tales como pérdida de biodiversidad, erosión del suelo y aumento de plagas debido a la reducción de variabilidad genética.
La uniformidad genética limita la resiliencia ecológica del cultivo. Este modelo requiere supervisión para garantizar sostenibilidad futura.
A ello se suma el desafío del consumo excesivo. La Organización Panamericana de la Salud advierte que el abuso de bebidas alcohólicas está asociado al incremento de enfermedades hepáticas, cardiovasculares y neurológicas.
Por tanto, al integrarse en espacios festivos globales, el tequila requiere estrategias de consumo responsable que acompañen a la promoción cultural y comercial.
Entre identidad y responsabilidad
El tequila es portador de historia, paisaje y cultura. Representa comunidad, memoria y celebración compartida. Pero su proyección global exige responsabilidad estructural.
En su camino hacia el dominio global, esta bebida debe navegar la tensión entre el respeto por su legado biocultural y la necesidad urgente de mitigar su huella ambiental, adoptando modelos de producción que garanticen la viabilidad ecológica de su materia prima y protejan la salud pública.
El reto consiste en equilibrar crecimiento económico, preservación biocultural y salud pública.
Brindar con un caballito, en este contexto, implica reconocer el valor simbólico del acto. Es compartir una identidad que continúa transformándose. Es afirmar una presencia cultural que dialoga con el mundo.
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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.