
El siglo XVII, conocido como Siglo de Oro holandés, coincidió con el apogeo de las recién independizadas provincias neerlandesas, que experimentaron un período sin igual de crecimiento económico, científico y cultural, y vieron florecer pintores de la talla de Rembrandt y Vermeer.
Desde ahora y hasta el próximo 19 de enero, 15 obras de ese periodo se exhibirán en Nueva York de la autoría, entre otros, de Rembrandt, Hals y Vermeer.
Una de ellas es La joven de la perla (Johannes Vermeer, 1665), un cuadro de dimensiones reducidas pintado al óleo que muestra el escorzo de una chica sin identificar, quien, ataviada con una toca y un gran pendiente de perla, gira ligeramente la cabeza para que su mirada se fije de soslayo y sin excepción en todo aquel que la contemple.
Como es una constante en la reducida obra de Vermeer (sólo se le atribuyen 36 cuadros en toda su carrera), la faz de la joven está cuidadosamente iluminada, con una única e intensa fuente de luz que penetra por el costado izquierdo del cuadro, ilumina la figura y deja el fondo completamente a oscuras.
El esmero de Vermeer a la hora de iluminar sus obras puede corroborarse en la sala anexa a aquella en donde se exhibe a la joven, en la que el museo neoyorquino ha seleccionado algunas decenas de las mejores obras de su colección permanente, entre las que se encuentran tres pinturas del pintor barroco holandés.
La lección de música interrumpida (1660), Señora y criada (1667) y Militar y muchacha riendo (1658) muestran perfectamente el trabajo de Vermeer con la luz, hasta el punto que en la última de ellas se consigue crear un excelente efecto de tridimensionalidad mediante la superposición de capas iluminadas de forma diferente.
La muestra cuenta también con cuadros tan icónicos del período de mayor esplendor cultural de las entonces llamadas Provincias Unidas como Naturaleza muerta, vanidad, de Pieter Claesz, y Simón en el templo, de Rembrandt van Rijn, además del mencionado La joven de la perla, el gran reclamo usado por el céntrico museo neoyorquino y para el que se ha reservado una sala entera.
La muestra también incluye dos pinturas de Frans Hals (Retrato de Jacob Olycan y Retrato de Aletta Hanemans), así como Susanna y Retrato de un hombre viejo, de Rembrandt; Naturaleza muerta con cinco albaricoques, de Adriaen Coorte; La comedora de ostras, de Jan Steen, y El jilguero, de Carel Fabritius.
“Hemos traído una muestra de lo mejor que los Países Bajos pueden ofrecer”, indicó el embajador holandés en EE.UU., Rudolf Bekink, para quien la exhibición constituye “un ejemplo de la estrecha relación que une a nuestro país y a EE.UU.”, un vínculo que se remonta “varios siglos atrás, hasta cuando esta ciudad era conocida como Nueva Amsterdam”.
“Estos son algunos de los cuadros de mayor prestigio de nuestra institución hermana, el museo Mauritshuis”, de La Haya, explicó en la presentación el director de la Frick Collection, Ian Wardropper, quien recordó que, cuando el año pasado se exhibieron estas piezas en Tokio, “atrajeron a más de 10.500 personas al día, lo que supuso más público que ninguna otra exposición en el mundo”.