La pintura, que ocupa el quinto lugar en la lista de las bellas artes, se remonta a los primeros trazos en las cavernas cuando el ser humano empezó a dejar rastro de su mundo y de sí mismo como uno de los primeros indicios de su capacidad intelectual.
Desde entonces, conserva su fuerza entre quienes crean, observan o coleccionan obras porque logra algo que pocas expresiones consiguen: unir la mirada con la emoción y convertir una idea en algo permanente.
En Costa Rica, Francisco Amighetti, Rafa Fernández y Ezequiel Jiménez son algunos de los pintores con mayor reconocimiento. Sin embargo, las circunstancias que rodearon su surgimiento son muy diferentes a las de la actualidad.
Desde 1982 la Ley de Protección a las Artes Plásticas (6750) es conocida como un estímulo a las bellas artes costarricenses: su objetivo es protegerlas al exigir a las instituciones públicas destinar recursos a la adquisición de obras nacionales y ofrecer incentivos que faciliten la producción y circulación de los artistas locales.
Pero desde el lado de compra y venta al público general, en las últimas décadas comerciar con creaciones pictóricas está influenciado por cambios derivados de la diversificación de intereses, poder adquisitivo y hasta nivel educativo.
Esta realidad, sin embargo, está muy lejos de ser sinónimo de una desaparición de la pintura costarricense como negocio; por el contrario, se convirtió en un nicho sólido que se mueve fuerte y con sigilo dentro del mercado.
El nivel de acceso del comprador cambió
Para Gabriela Catarinella, directora de Galería Talentum, el público comprador y el producto son tan diversos como las letras del abecedario, pues hay quienes buscan obras de artistas consolidados, emergentes y hasta aficionados.
No obstante, existe un fenómeno imposible de ignorar: el perfil del comprador cambió y con él la obra que busca adquirir.
Mientras las generaciones mayores con casas amplias ya tienen sus paredes llenas, los jóvenes profesionales suelen vivir en espacios más reducidos. Este factor, aunque no los aleja del arte, sí determina el tamaño de las obras que compran; ahora la tendencia son pequeñas presentaciones, fuera de lo común de antaño de exhibir pinturas de grandes dimensiones en el comedor o sala.
Además, otro elemento que contribuyó a generar este cambio es la priorización de las necesidades del hogar producto del aumento del costo de vida y un mayor esfuerzo para cubrir el pago de un apartamento, invertir en educación, hacerse cargo de una familia y hasta acceder a servicios básicos como salud o alimentación.
De esta forma, quienes invierten con frecuencia en obras costosas suelen ser personas con una posición económica alta, aunque no se puede afirmar que sea una característica generalizada.
“La venta de arte no es prioritaria, en ningún país lo es. Está muy ligada al poder adquisitivo, pero también a la cultura y al gusto”, explicó.
A su juicio, también conserva su poder como símbolo de estatus y conocimiento que no daría, por ejemplo, la compra de un vehículo o celular de alta gama dada su popularización masiva.
Por otro lado, surge un obstáculo de alcance a los interesados, y es la centralización geográfica del comercio físico.
Euclides Hernández, docente de artes plásticas en la Universidad de Costa Rica (UCR), explicó que la mayoría de galerías, ferias y espacios de venta o exhibición se ubican en un radio de no más de diez a 12 kilómetros.
“Ese alto número se concentra entre San Pedro y Escazú, pasando por el centro de San José y zonas como Curridabat”, señaló.
A este circuito tradicional se suman otros espacios menos convencionales que también cumplen un papel activo; ferias como Viva el Arte (organizada por Automercado) o Transitarte, impulsada por la Municipalidad de San José.
También se encuentra vitrinas en restaurantes, colegios profesionales e incluso instituciones públicas. Sitios como El Portón Rojo, el Colegio de Abogados o los museos del Banco Central de Costa Rica (BCCR) exhiben obras en sus instalaciones, lo que amplía el contacto entre artistas y público.
Sin embargo, era urgente solucionar la limitación hacia el público general, sobre todo durante la pandemia por covid-19 en 2020, por lo que muchas galerías decidieron ampliar su radio de venta en plataformas digitales.
Educar para ampliar el mercado
Para Hernández, uno de los principales retos es educar al público, ya que si una persona desconoce sobre un tema no será capaz de apreciarlo.
Por tal razón, entender el valor de una obra más allá de su función decorativa es clave para que más personas se animen a invertir e incluso convertirlo en parte de su camino profesional.
“La compra suele responder a factores simbólicos como la identidad, el gusto estético o el estatus social, más que a una necesidad material”, aseveró.
No obstante, las generalizaciones sobre la condición económica de un artista muchas veces son un freno incluso antes de iniciar la ruta, dado que es común que jóvenes interesados por este campo desistan de educarse tras escuchar advertencias sobre su futuro.
Hernández admite que es un camino con obstáculos, aún más en Costa Rica, pero la pérdida del incentivo por parte de las mismas instituciones educativas es el pilar que se debilitó.
La priorización de asignaturas tecnológicas y de preparación para acceder áreas profesionales con altos índices de remuneración salarial dejaron de lado a las ciencias sociales y las artes en muchos lugares, a pesar de no estar desligadas por completo.
Por ejemplo, Castro resaltó el caso de las asignaturas de artes plásticas y música dentro de los centros educativos públicos del país. Actualmente, los esfuerzos suelen dirigirse al área de la lógica, pero se debilitó el valor del arte para desarrollar habilidades motrices, mentales y blandas como parte de un aprendizaje integral del estudiantado.
Se habla de un debilitamiento porque no desapareció. Por ejemplo, el Museo de Arte Costarricense promueve la visita de escuelas a sus instalaciones como un incentivo a aquellos que tengan interés o talento en el arte, con iniciativas como la “Ruta de Museos” con la colaboración del Ministerio de Educación Pública (MEP) y el Ministerio de Cultura y Juventud.
En el otro extremo, coexiste la realidad de aquellos artistas sin un conocimiento profesional sólido, llamados amateur entre la comunidad por su alto grado de talento para ello.
Este segmento es propenso a no contar con la formación académica relativa al posicionamiento dentro del mercado con retribución económica, por lo que es recurrente una dificultad al momento de determinar el valor de su obra y construir un nicho de compradores.
“El arte costarricense no necesita más talento, necesita estructura. Hay artistas muy buenos, pero no necesariamente preparados para gestionar su carrera, vincularse con el mercado o negociar su trabajo de manera profesional”, afirmó.
Asimismo, a nivel de público, persiste un desconocimiento sobre el valor del arte y su papel dentro de la economía cultural. Muchos costarricenses asocian los grandes nombres del arte con figuras extranjeras ya fallecidas, lo cual deja en el olvido a los creadores locales en activo.
“El arte no puede verse solo como una expresión estética; debe entenderse también como una inversión cultural y patrimonial”, comentó Catarinella al respecto.
Encontrar un nicho, escucharlo y adaptarse
Tras conversar con tres artistas, hay un elemento que no está en discusión, sino que resalta como una experiencia compartida.
Se trata de una necesidad de darse a conocer, no necesariamente por medio de galerías de arte o exposiciones, pero encontrar un nicho satisfecho con el tipo de obra que se produce es ideal si se quiere generar ingresos con la producción propia.
Carolina Rodríguez, quien plasma en sus lienzos recreaciones de escenarios costarricenses, comentó que en sus diez años de experiencia uno de los aprendizajes fue mantener la atención de los compradores.
Pese a que una persona interesada en un tipo de movimiento artístico, técnica o estilo determinados probablemente lo estará en el futuro, lo cierto es que en los negocios no es un hecho que se pueda dar por sentado.
Es por ello que enfatizó la importancia de innovar las obras propias sin perder la identidad y ser más accesible a varios grupos socioeconómicos, como crear colecciones de vajilla con obras únicas y bolsos que posean algunas de sus representaciones en tamaño reducido.
“Las personas ya no compran con tanta frecuencia como antes una obra grande para decorar un comedor o sala de reunión; es más, lo que más vendo son serigrafías sobre objetos o versiones en pequeño. La gente toma muy en cuenta el precio”, comentó.
Juan Pablo Ureña posee más de una década de experiencia en el mercado, un lapso que lo llevó a combinar piezas de gran formato en óleo con obras más pequeñas en papel a precios cercanos a los $100.
Esta estrategia le permite mantener un flujo constante de ventas y equilibrar la comercialización de piezas reducidos con otras de mayor tamaño, cuyas ventas son menos frecuentes pero más significativas económicamente.
Como parte de su búsqueda de innovar, se dio a la tarea de explorar la producción de artículos derivados como prints, postales o bolsos, lo que amplía su alcance y facilita que un público joven o con menor poder adquisitivo acceda a su obra.
“Al establecer un precio, no solo se trata de los costos materiales o del tiempo invertido, sino que factores como el formato de la obra y la percepción del mercado influyen en la valoración”, añadió.
Además, detalló que comparar precios de obras similares en galerías y exposiciones permite ajustar la oferta y poner los precios a prueba ayuda a calibrar la receptividad del público.
Sophia Machado comercia con sus representaciones en acuarela de vistas costarricenses y también es testigo del cambio de preferencias hacia pinturas pequeñas.
En su caso, gracias a las redes sociales puede conectar directamente con comunidades específicas al mostrar obras que rescatan la identidad y la memoria de barrios, por lo que encontró así compradores fieles.
No obstante, para lograrlo debió acercarse a la acuarela en formato pequeño o mediano no solo por movimiento de venta, sino también por la facilidad de trabajarlo.
En promedio, vende entre cuatro y seis piezas al mes, todas de pequeño o mediano formato, con precios que oscilan entre $240 y $600. Al igual que Ureña, lo determina por la inversión de tiempo y dedicación que cada una requiere.
Sobre esto, Francisco Castro, vicepresidente de Galería Valanti, adjudicó la rápida transición del gusto hacia representaciones compactas como resultado de los espacios reducidos del hogar promedio y el costo más accesible.
Para adaptarse, actualmente su galería tiene a la venta piezas de pintores como Antonio Mejía a tan solo $10, un precio bajo en contraste con otras más costosas que poseen, de hasta $5.000.
Invertir en arte de forma segura
La inversión en arte en Costa Rica requiere más que simplemente contar con poder adquisitivo; es un proceso que combina gusto, criterio y conocimiento del mercado.
“Uno debe comprar aquello que le gusta, que al tenerlo en su casa le transmita algo”, explicó Catarinella con base en su experiencia como artista y directora de Talentum.
Para ella, la pieza debe resonar con quien la adquiera, pues una colección de arte no se construye solo por inversión, sino también por la satisfacción estética y emocional que genera.
Conocer al artista se vuelve un paso clave en esta dinámica, por lo que recomienda acercarse directamente a los creadores o a galerías reconocidas que mantengan un vínculo cercano con ellos.
Lo anterior asegura la autenticidad de la obra, evita posibles fraudes y permite entender el contexto, la historia y el valor de cada pieza.
Castro, desde Valanti, resaltó la importancia de revisar el historial del artista antes de invertir en sus obras, no para juzgar su nombre, sino para evaluar si sus inclinaciones se alinean con lo buscado y analizar su volumen de producción y venta.
“Si un artista produce mucho y casi no vende no quiere decir que le falte habilidad, pero puede ser contraproducente si se quiere dar seguimiento y esperar que sus obras adquieran mayor valor económico futuro”, aseguró.
Coincidió con la sugerencia de Catarinella de apoyarse en puntos de venta confiables, ya que una excesiva versatilidad en los canales de un artista independiente facilita diferencias de precios altamente significativas y hasta dudas sobre la originalidad de una pieza.
Como consejo adicional, Catarinella recomendó adquirir piezas de manera regular, planificada y estratégica para construir un portafolio coherente que pueda apreciarse con el tiempo, tanto en términos estéticos como de valor económico.
Esto incluye comprender el tipo de arte en el que se desea invertir y las características que lo hacen atractivo no solo para el coleccionista, sino también para el mercado en general.
“El precio no refleja únicamente el valor artístico, sino también factores de estatus, demanda y trayectoria del artista. Por eso, adquirir arte debe ser una decisión informada, que combine gusto personal, investigación y asesoría profesional”, determinó.
Los representantes de las galerías aseguraron que, pese a los cambios en el mercado, logran adaptarse con rapidez, de forma que los costos operativos o de mantenimiento no representan una amenaza para su sostenibilidad. Por el contrario, mantienen firme su misión de apoyar a los artistas emergentes, sin distinciones por trayectoria o reconocimiento.