En el artículo de la nutricionista Larisa Páez, publicado en este semanario el 20 de octubre, se hacen algunas afirmaciones que no son ciertas y conviene aclarar, por la importancia de la alimentación y su ligamen con la salud.
Para empezar hay que hacer ver que, según los datos de la industria agrobiotecnológica, en el 2012, el 99,3% del área de la producción comercial de cultivos transgénicos se concentró en: maíz, soya, algodón y canola. La remolacha, alfalfa, calabaza, álamo, chile dulce, papaya y tomate transgénicos se repartieron el 0,7% restante. La remolacha y la papaya solo se cultivan en dos países, y los otros cinco cultivos en un único país.
Desde su introducción en 1994, la comercialización de alimentos transgénicos ha sido limitada, a pesar de la gran propaganda que se hace de ellos. La mayor parte del maíz y soya transgénicos se utilizan para producir agrocombustibles y alimentos para animales.
De 194 países que hay en el mundo, 177 han optado por no permitir cultivos transgénicos. Únicamente 28 países (un país menos que en el 2011) se han aventurado a cultivar transgénicos. De estos, solo cinco países abarcan el 90% de la superficie total cultivada con transgénicos en el 2012.
Evaluaciones internacionales recientes de expertos independientes (IAASTD 2008 y UNCTAD 2013), demuestran que no es cierto que estos cultivos estén “… ligados a mejorar la productividad…con un menor precio y mayores beneficios”, sino todo lo contrario.
Nuestras estadísticas oficiales (MAG 2013) demuestran que nunca se ha sembrado trigo ni tomates transgénicos. El maíz y el arroz transgénico actualmente no se siembran, y en el pasado, sólo se sembraron a nivel experimental y no comercial. La soya solo se siembra para la reproducción de semilla de exportación.
Respecto al trigo y arroz transgénicos, en los pocos países que se cultivan, es sólo a nivel experimental, ya que ningún país ha autorizado su cultivo comercial, y Costa Rica nunca ha tenido siembras experimentales de trigo, por lo que tampoco es cierto que en nuestro país “En cuanto a alimentos transgénicos desde 1990 podemos encontrar maíz, soya, trigo, tomates y arroz”.
Prácticamente el 100% del área cultivada comercialmente con transgénicos tiene solo una o ambas de las siguientes características: tolerancia a un herbicida, y a larvas de mariposas y escarabajos. Además, el 86% del área con cultivos transgénicos tienen como característica la de ser tolerante a un herbicida (principalmente al cuestionado glifosato, cuyos residuos tóxicos aparecen en las cosechas de estos cultivos). Por un efecto de presión de selección, con el tiempo estas supuestas ventajas se pierden a los pocos años en virtud de la creación de resistencia por parte de las malezas y las larvas de insectos citadas.
Tampoco es cierta la temeraria afirmación de que los alimentos transgénicos “no tienen probabilidad de presentar riesgos a la salud humana”, ya que, como la misma Organización Mundial de la Salud (OMS) indica, en su informe sobre esta materia:
- “(...), los rasgos novedosos de los organismos genéticamente modificados (OGM) también pueden acarrear potenciales riesgos directos para la salud y el desarrollo humano. Muchos de los genes y rasgos usados en los OGM agrícolas, aunque no todos, son novedosos y no se conocen antecedentes de uso alimentario inocuo” (p. 2).
- “Los OGM también pueden afectar la salud humana indirectamente mediante impactos perjudiciales sobre el medio ambiente o mediante impactos desfavorables sobre factores económicos (incluyendo el comercio), sociales y éticos” (p. 2).
- “(...), con la tecnología actual, en muchos casos esto produce una inserción aleatoria en el genoma huésped y en consecuencia puede tener efectos no deseados de desarrollo o fisiológicos” (p. 5).
Incluso la nutricionista Páez cita en su artículo riesgos para la salud reconocidos por la OMS, por lo que es claro que no existe seguridad en el consumo de alimentos transgénicos.
Los estudios toxicológicos con que se consiguen las autorizaciones de estos alimentos ante los entes gubernamentales tienen dos características: 1) Proceden de empresas que solicitan los permisos, y 2) Son confidenciales. Aquí hay que recordar que en ciencia lo que no se publica ni está expuesto al escrutinio para su análisis, y réplica independiente no puede considerarse como ciencia, ya que su característica principal es la verificación independiente. De ahí que no sea creíble la supuesta “amplia investigación” y “serie de etapas rigurosas para garantizar la seguridad de su uso y consumo a la población”. La ciencia no es una cuestión de fe. Todo lo contrario: ver, examinar y cuestionar permanentemente para llegar a conclusiones válidas, especialmente en un tema tan delicado como es la comida que nos estamos llevando a la boca, y con la cual está comprometida nuestra salud y bienestar general.
Adicionalmente, y no menos importante, es hacer notar que, a diferencia de poco más de 60 países en el mundo, en nuestro país se nos niega el derecho, por medio del etiquetado, de conocer en cuáles alimentos hay compuestos transgénicos.
Sin duda que en un tema como este, además de informarnos adecuadamente (para lo cual sugiero visitar el sitio http://goo.gl/zp6Xnd, donde hay más de 450 referencias de fuentes de información independientes), es importante hacer valer nuestros derechos constitucionales relacionados con la protección de nuestra salud, ambiente, seguridad e intereses económicos; así como a recibir información adecuada y veraz, y tener libertad de elección.