A lo que más están prestando atención los medios de noticias, y con razón, es a la desaceleración del crecimiento, la escalada de guerras comerciales, la disminución de flujos de capital transfronterizos y la intensificación de las presiones migratorias. El conjunto de estas fuerzas plantea una amenaza al multilateralismo y acelera el ascenso de bloques como el grupo BRICS+ de grandes economías emergentes, lo que sienta las bases para un profundo reordenamiento de la economía mundial.
Pero hay otras cinco tendencias estructurales que pueden resultar tan transformadoras o acaso más. La primera es el cambio demográfico. Aunque las proyecciones indican que la población mundial alcanzará un máximo de alrededor de 10.300 millones de personas a mediados de la década de 2080, esa cifra no transmite un poderoso cambio subyacente. La población mundial está en un veloz proceso de envejecimiento: se prevé que la proporción entre personas en edad de trabajar y jubiladas, que en 1997 era 9,4, se reducirá a sólo 3,9 en 2050, de modo que la presión sobre los sistemas de pensiones y las finanzas públicas será cada vez mayor.
Claro que las tendencias demográficas son muy diferentes según el país. La India ya superó a China como país más poblado del mundo, mientras que la población china, que hoy ronda los 1.400 millones de personas, va camino de caer por debajo de los 750 millones en 2100. Las proyecciones también indican que en ese mismo período, la población de Italia caerá de 60 millones a 27 millones, y que la de Japón podría derrumbarse desde 128 millones a 53 millones. La población de Nigeria, en cambio, se triplicará a 791 millones, lo que la convertirá en el segundo país más poblado del mundo después de la India.
Las consecuencias económicas y geopolíticas pueden ser profundas. Se prevé que en el próximo cuarto de siglo se sumarán a la población activa cientos de millones de personas en los países en desarrollo, justo cuando muchas economías avanzadas enfrentan un declive demográfico a largo plazo. La creciente brecha intensificará las presiones laborales y económicas y estimulará las migraciones, en momentos en que los sistemas mundiales ya deben hacer frente a niveles de desplazamiento que están en máximos históricos.
Estos cambios demográficos también modificarán los patrones mundiales de consumo, sobre todo en lo referido a la energía y los alimentos. Aunque la India sea más populosa que China, el ingreso per cápita chino (unos 13 300 dólares, casi cinco veces el de la India) habla de un traslado del crecimiento poblacional hacia economías de bajos ingresos consumidoras de bienes menos valiosos.
La segunda tendencia estructural es la disrupción causada por la inteligencia artificial en el mercado laboral. Aunque el superciclo de la IA promete aumentar la productividad y el crecimiento, también puede desplazar a millones de trabajadores, sobre todo en trabajos rutinarios que implican tareas repetitivas. Las proyecciones de los economistas varían, pero incluso las estimaciones más conservadoras apuntan a la aparición de una subclase desempleada, con las graves consecuencias sociales y macroeconómicas que eso supone.
Además, si el crecimiento impulsado por la IA beneficia en forma desproporcionada al capital en detrimento del trabajo, la desigualdad aumentará y habrá presión sobre los gobiernos para que intervengan. De modo que es posible que las empresas (y en particular el sector tecnológico) enfrenten cargas fiscales más altas con el objetivo de financiar programas de bienestar, incluida una renta básica universal.
La tercera tendencia estructural tiene que ver con la restricción de recursos naturales, que puede frenar el crecimiento económico y ampliar las fracturas geopolíticas. El cobre, por ejemplo, ya muestra un déficit estructural, y la Agencia Internacional de la Energía advierte de que sin una inversión significativa en nuevos proyectos mineros, en 2035 habrá un 30% de faltante. El suministro de otros insumos críticos como el litio, el níquel y el cobalto enfrenta presiones similares, lo que aumenta el riesgo de escaseces graves que paralicen la fabricación de baterías y descarrilen la transición a las energías limpias.
Otra restricción importante es la escasez de agua. En todo el mundo, más o menos el 25% de la agricultura tiene lugar en zonas con grandes tensiones hídricas; el resultado es que los sistemas alimentarios son propensos a escaseces y subidas de precios. Y como el agua también es esencial para la refrigeración de los centros de datos y la fabricación de semiconductores, la adopción acelerada de la IA generará más presión sobre los suministros.
En cuarto lugar, en Estados Unidos se está dando un importante aumento del apetito de riesgo, que impulsa una nueva ola de inversiones especulativas. A diferencia de la Unión Europea, el entorno regulatorio estadounidense sigue alentando a los inversores minoristas e institucionales a asumir riesgos. El resultado es que las bolsas se mantienen cerca de máximos históricos; el cociente precio/beneficio del S&P 500 se sitúa en torno a 30, muy por encima de la media histórica. Los inversores también están volcando más dinero a fondos de capital privado, préstamos privados, capital riesgo, criptomonedas, «memecoins» y el oro (que en el último año subió más de 50%).
El auge de la especulación a corto plazo no tiene visos de disminuir, ya que se prevé que de aquí a 2048 los baby boomers traspasarán unos cien billones de dólares a sus descendientes. Esta masiva transferencia intergeneracional de riqueza inyectará más capital de inversión en los mercados financieros e inflará los precios de los activos, a pesar de la presión a la baja sobre el tipo de interés real derivada del enorme volumen de ahorro.
El ingreso de capital nuevo supone importantes riesgos. Hay cada vez más apuestas apalancadas en el sistema bancario informal, lejos de la supervisión de las autoridades regulatorias, y esto crea vulnerabilidades que podrían extenderse a la economía real. La migración de actividades crediticias de la banca tradicional a la informal debilita la eficacia de la política monetaria. Aunque la Reserva Federal baje los tipos de interés, no es seguro que los recortes lleguen a los solicitantes de crédito, y eso limita la capacidad de las autoridades para estimular el crecimiento.
Por último, el aumento de la aversión al riesgo en el Reino Unido y Europa se está convirtiendo en un problema estructural por derecho propio. Las perspectivas de crecimiento de Europa llevan décadas disminuidas por trabas burocráticas, regulaciones estrictas y la fragmentación de los mercados de capitales. Las cifras hablan por sí solas: la inversión en capital riesgo en los Estados Unidos suele ser entre 8 y 10 veces más que en la UE; y en la eurozona, alrededor del 70% de los hogares dicen no estar dispuestos a asumir riesgos financieros, contra menos del 40% en los Estados Unidos.
La bolsa londinense es un buen ejemplo de la profundidad de este trastorno financiero. En el primer semestre de 2025, las ofertas públicas iniciales sólo recaudaron 160 millones de libras (214 millones de dólares), el nivel más bajo en treinta años, tanto que expulsó a la City de la lista de veinte primeros mercados mundiales para esas operaciones. En el último cuarto de siglo, los fondos de pensiones del RU también redujeron de 53% a 6% la asignación de activos a acciones locales, con la consiguiente disminución del capital disponible para las empresas británicas.
No es un problema meramente financiero, ya que la pérdida de importancia económica de Europa debilita su competitividad a largo plazo. Sin un cambio drástico, el continente corre riesgo de perderse el superciclo de la IA y convertirse en una colonia tecnológica en vez de motor de innovación.
Cada una de estas cinco tendencias estructurales puede transformar la economía mundial, dotadas como están de capacidad para rediseñar las rutas comerciales, reorientar los flujos de inversión, alterar la distribución y el precio de alimentos esenciales y minerales críticos y obligar a los gobiernos a replantearse la gestión de cadenas de suministro, la asignación de capital y la inversión transfronteriza. Los tomadores de decisiones mejor preparados serán aquellos que reconozcan antes lo que está en juego y hagan los ajustes correspondientes.
Traducción: Esteban Flamini
La autora es especialista en economía internacional y autora de Edge of Chaos: Why Democracy Is Failing to Deliver Economic Growth – and How to Fix It (Basic Books, 2018).