Durante más de 80 años, el dólar estadounidense ha gozado de una supremacía inigualable en el comercio y las finanzas mundiales, gracias a la combinación singular que tiene Estados Unidos de escala económica, instituciones creíbles, mercados financieros profundos y líquidos y poder geopolítico -además, crucialmente, de sus efectos de red-. Pero una nueva variable está a punto de remodelar el orden monetario global: la integridad de los datos.
A medida que las tecnologías digitales actúan cada vez más como los rieles sobre los que se desplaza el dinero -a través de criptomonedas estables (stablecoins), activos tokenizados y monedas digitales de bancos centrales-, la resiliencia y la credibilidad de las redes monetarias dependen cada vez más no solo de los fundamentos macroeconómicos, sino también de la solidez tecnológica y la seguridad de la infraestructura pertinente. Por supuesto, los fundamentos macroeconómicos siguen siendo importantes, y las monedas digitales plantean algunos desafíos macroeconómicos convencionales. En particular, al privatizar el señoreaje y facilitar la evasión fiscal, las criptomonedas estables podrían reducir los ingresos fiscales de los países.
Por otra parte, si una criptomoneda estable rompe su paridad -por ejemplo, porque sus reservas de liquidez resultan insuficientes-, su credibilidad podría desmoronarse, desencadenando una corrida de valores. Si las interconexiones de la criptomoneda estable con otros activos son suficientemente densas, esto podría tener consecuencias sistémicas. Una corrida de valores desordenada hacia las criptomonedas estables en dólares estadounidenses -tokens digitales emitidos de forma privada, respaldados en gran medida por bonos del Tesoro de Estados Unidos y que, en teoría, pueden intercambiarse en dólares estadounidenses- podría resultar particularmente disruptiva. La opacidad en los informes y las auditorías, así como la regulación insuficiente en algunas jurisdicciones, agravan los riesgos.
Pero estos problemas “clásicos” de credibilidad son solo el principio. El mundo también podría enfrentarse a un nuevo tipo de corrida “cibernética”, desencadenada por deficiencias en la infraestructura tecnológica que sustenta los activos digitales. Mitigar este riesgo no será fácil: como advirtió en 2016 el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología del Departamento de Comercio de Estados Unidos, las computadoras cuánticas pronto podrían ser capaces de romper muchos de los criptosistemas de clave pública actualmente en uso. En otras palabras, la infraestructura que hoy parece robusta mañana puede resultar endeble.
Las implicancias para el orden monetario global son de gran alcance. Como emisor de la moneda internacional dominante, Estados Unidos ha disfrutado durante mucho tiempo de un “privilegio exorbitante”, que incluye la capacidad de endeudarse a tasas de interés bajas incluso en tiempos de estrés económico y tener déficits comerciales persistentemente grandes. La administración del presidente Donald Trump parece apostar a que Estados Unidos va a poder conservar este privilegio, ya que el estatus global existente del dólar se traduce en una demanda de criptomonedas estables en dólares estadounidenses y, a su vez, de bonos del Tesoro estadounidense, lo que reduce los costos de financiación del Tesoro de Estados Unidos.
En última instancia, el privilegio exorbitante de Estados Unidos se basa en la confianza en sus instituciones, marcos jurídicos y capacidad fiscal. Sin embargo, en un mundo en el que el dinero circula en plataformas programables, la credibilidad e integridad del código, la calidad de las normas criptográficas y la resistencia de los sistemas a la piratería informática son tan importantes como cualquiera de estos factores. Esto cambia fundamentalmente la lógica de la competencia monetaria: si la brecha tecnológica es lo suficientemente grande, la moneda que esté mejor protegida de las ciberamenazas -no necesariamente la respaldada por la economía más poderosa o el banco central más creíble- se convierte en la más atractiva.
Aunque las stablecoins se utilizan cada vez más para pagos transfronterizos y como vía de entrada y salida para inversiones especulativas en criptomonedas, aún se desconoce mucho sobre su seguridad y gobernanza. Por lo tanto, los reguladores y los ciudadanos deberían plantearse preguntas. ¿Quién es responsable de gobernar el libro mayor? ¿Hasta qué punto está protegido el sistema de agentes maliciosos? ¿Qué ocurre si la columna vertebral criptográfica de una moneda se ve comprometida por los avances de la computación cuántica?
Responder satisfactoriamente estos interrogantes es una cuestión de estabilidad monetaria nacional e internacional. Si los responsables de las políticas no actúan en consecuencia, podríamos encontrarnos con el tipo de sistema monetario volátil y fragmentado que caracterizó al siglo XIX, cuando la emisión sin restricciones de dinero privado abrió el camino a pánicos, corridas, manipulación y colapso.
En cualquier caso, puede que nos dirijamos hacia un sistema monetario multipolar, en el que algunas monedas -y sus ecosistemas digitales asociados- obtengan una “prima de integridad”, basada en su capacidad para minimizar su “superficie de ataque” y maximizar la verificabilidad de los datos. Las monedas más exitosas ofrecerán una arquitectura financiera muy robusta, que cubra cada paso, desde la validación de las transacciones hasta la protección de las identidades de los usuarios y los historiales de transacciones. Así, una moneda respaldada por un gobierno con ciberdefensas débiles o estándares tecnológicos opacos podría perder terreno, y una zona monetaria tecnológicamente sofisticada con altos estándares de integridad podría superar sus posibilidades.
Este nuevo panorama tecnológico podría tener consecuencias geopolíticas importantes. Al igual que la supremacía naval se tradujo en el pasado en dominio comercial, el control sobre la infraestructura de pagos podría determinar cada vez más la soberanía económica. El valor estratégico de los datos sobre pagos -no solo para la política monetaria, sino también para la vigilancia, la aplicación de la ley y las sanciones- significa que las monedas digitales no son tecnologías neutrales, sino espacios de poder en disputa. Las monedas que dominen el sistema internacional del mañana serán aquellas cuyos ecosistemas digitales inspiren mayor confianza, tanto en sus instituciones como en su código.
Preservar la estabilidad monetaria internacional en un panorama de estas características requerirá algo más que innovación tecnológica. Será esencial una coordinación global sobre normas de tokenización, interoperabilidad criptográfica, privacidad de los datos y resiliencia post-cuántica. La alternativa -la proliferación de redes balcanizadas regidas por normas contradictorias y expuestas a alteraciones sistémicas- es una receta para la inestabilidad.
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La autora es profesora de Economía en la London Business School.