La renuncia del rector de la Universidad de Virginia, James E. Ryan, bajo la presión política de los secuaces del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y del gobierno del estado de Virginia es el último giro sorprendente en la ofensiva total del gobierno contra la educación superior estadounidense. Funcionarios del Departamento de Justicia de Trump y miembros de la Junta de Visitantes de la Universidad —varios de los cuales fueron nombrados por el gobernador republicano de Virginia, Glenn Youngkin— acusaron a Ryan de actuar con demasiada lentitud para desmantelar los programas de diversidad, equidad e inclusión de la universidad. A finales de junio, Ryan había anunciado su partida.
Es muy inusual que los políticos dicten las reglas en las principales universidades de Estados Unidos. Pero tal interferencia es común en las democracias en declive. Presidentes y primeros ministros ávidos de poder reemplazan a los líderes universitarios con leales al partido. Desfinancian o desmantelan universidades, a menudo las de mayor élite. La ofensiva de Trump contra la Universidad de Virginia —así como contra Harvard, Columbia y muchas otras— sigue este manual y debe entenderse como una medida del deslizamiento de Estados Unidos hacia la autocracia.
El razonamiento de Trump para esta ofensiva es que muchas de las principales universidades de EE. UU. son bastiones de la cultura «woke» y han llegado a estar dominadas, como él mismo dijo en 2023, por «maníacos y lunáticos marxistas». Según este argumento, no se puede confiar en las universidades para proteger a los estudiantes de tratos sesgados y acoso. El objetivo aparente de la administración es hacer que estas instituciones sean más «neutrales desde el punto de vista ideológico».
Otros autócratas de derecha en todo el mundo han utilizado el mismo argumento —que las universidades son demasiado progresistas— al atacar la educación superior. Pero esa no es, ni de lejos, la única justificación. Los autócratas de izquierda se han quejado de que las universidades son demasiado conservadoras. Algunos políticos podrían considerar a las universidades demasiado seculares o demasiado religiosas. Sin embargo, la verdadera amenaza que las universidades representan para los autócratas reside en su independencia como espacios de investigación crítica, lo que implica un control institucional sobre la autoridad de estos regímenes.
Consideremos al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, quien, a pesar de haber llegado al poder inicialmente a través de elecciones libres y justas, ha censurado a la prensa, aplastado protestas legítimas y supervisado el deslizamiento del país hacia la autocracia. Más recientemente, Erdoğan ordenó el encarcelamiento de su principal rival político, el alcalde de Estambul, Ekrem İmamoğlu.
Como parte de sus esfuerzos por consolidar su gobierno, Erdoğan ha emprendido un ataque de años contra la Universidad de Boğaziçi, una prestigiosa institución pública conocida por su rigor académico y su cuerpo estudiantil diverso y comprometido. Tras un intento fallido de golpe de Estado en 2016, Erdoğan emitió un decreto que otorgaba al presidente la autoridad para nombrar rectores universitarios, una tarea que normalmente correspondía a los profesores. Poco después, instaló a Mehmed Özkan, un profesor de ingeniería biomédica de Boğaziçi, como director de la universidad, en lugar de la elección del profesorado.
En 2021, Erdoğan restringió aún más la autonomía académica de Boğaziçi al nombrar como rector a Melih Bulu, una persona ajena a la institución y leal al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del presidente. Esto desencadenó manifestaciones estudiantiles y una serie de protestas silenciosas por parte de los miembros del profesorado. Erdoğan acusó a los manifestantes de ser «comunistas, terroristas y traidores», y su gobierno procesó a muchos de ellos, al tiempo que imponía otros controles que han provocado un éxodo de los mejores talentos.
Mientras que el AKP de Erdoğan representa una alianza nacionalista-conservadora, los líderes con mentalidad autocrática de la izquierda política han enmarcado sus ataques a las universidades en sus propios términos. Durante su mandato como presidente de México entre 2018 y 2024, Andrés Manuel López Obrador (ampliamente conocido como AMLO), un populista que aumentó el salario mínimo e incrementó los pagos de pensiones mientras consolidaba su poder, denigró el «neoliberalismo» de las principales universidades mexicanas. La hostilidad fue más allá de la retórica: el fiscal general de México intentó repetidamente arrestar a un grupo de 31 científicos de alto nivel por cargos de corrupción, lo que generó una enorme controversia.
Los ataques de AMLO convulsionaron al Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), uno de los principales centros de investigación y universidades públicas de México. Los estudiantes del CIDE protestaron por el nombramiento por parte del gobierno de un nuevo director, quien degradó a varios administradores. En el transcurso de su conflicto con López Obrador, muchos miembros del profesorado del CIDE se marcharon a otras escuelas.
Algunos autócratas no se conforman con simplemente cambiar el liderazgo de universidades molestamente independientes. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, forzó la salida de la Universidad Centroeuropea de Budapest; esta se trasladó a Viena, donde su profesorado continúa realizando una excelente investigación y docencia. En el extremo opuesto del espectro ideológico, el presidente nicaragüense Daniel Ortega asumió el control de la Universidad Centroamericana, dirigida por los jesuitas, despidió a la dirección y al personal de la universidad, contrató a leales al partido y le cambió el nombre. Solo los edificios permanecen igual.
Cuando los políticos intentan amordazar a las universidades destituyendo a sus líderes, interfiriendo en su investigación y docencia, y cortando sus fondos, las señales son claras, y no solo para las que alguna vez fueron grandes instituciones académicas. Mientras Estados Unidos se precipita hacia la autocracia, Trump también ha puesto su mira en otras instituciones independientes. Desde los medios de comunicación hasta los bufetes de abogados y los jueces, el presidente está tratando de demoler los pilares de la democracia.
Muchos se resisten, pero muchos están capitulando, normalizando en el proceso el comportamiento antidemocrático de Trump. En el caso de la Universidad de Virginia, fundada por Thomas Jefferson, el autor principal de la Declaración de Independencia de Estados Unidos, la sumisión al despotismo es particularmente dolorosa.
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La autora es profesora de Ciencias Políticas en la Universidad de Chicago y Directora de la Facultad del Centro de Chicago sobre la Democracia y es la autora de The Backsliders: Why Leaders Undermine Their Own Democracies (Princeton University Press, 2025).