Recientemente, recorrí la ruta entre Alajuela y Cartago, y lo que vi fue profundamente alarmante. ¿Se ha fijado usted en la cantidad desmesurada de basura de toda índole que se acumula a los lados del camino durante todo este trayecto? Por mencionar solo una zona, pues tristemente la epidemia social se extiende por todos lados. Botellas plásticas, empaques, latas, bolsas... una mezcla tóxica de desidia e inconsciencia que se cierne como una sombra sobre nuestra Costa Rica verde.
La imagen de un país que se promociona como ecológico se desmorona cuando, a pocos metros de la carretera, lo que domina es el plástico y los residuos sin control. Pero esto va más allá de una cuestión de imagen: es una amenaza directa a nuestra salud, nuestro ambiente y nuestro futuro.
Cada envase lanzado desde la ventana de un carro, cada bolsa abandonada en la calle contribuye con el taponamiento de alcantarillas y sistemas pluviales. Las consecuencias son palpables: inundaciones, caminos convertidos en ríos sucios, y una carga creciente para los ya colapsados rellenos sanitarios.
Y si esa basura no queda atrapada en una cuneta, seguirá su curso hasta los ríos, y de ahí al mar. ¿El resultado? Tortugas que confunden bolsas con medusas, peces intoxicados por microplásticos, manglares ahogados en residuos. El daño a la fauna marina es inmenso, y también lo es el impacto en nuestra salud: esos plásticos y sustancias químicas entran en la cadena alimenticia y terminan en nuestros platos.
El Estado de la Nación 2023, nos lanzó esta alerta: en Costa Rica se generan más de 4.000 toneladas de residuos sólidos por día, y se estima que el 80% de esa basura podría reciclarse o aprovecharse. Sin embargo, solo alrededor del 6% se recicla efectivamente. ¿Y el resto? A los ríos, a las calles, a los mares, o a rellenos sanitarios que ya operan al límite de su capacidad porque no tenemos la voluntad ni la responsabilidad de tomar la caja de pizza y guardarla para el día en que pasará el camión del reciclaje, o de desarmar y lavar la caja de leche o de jugo, o triturar y guardar la lata de refresco o de cerveza…porque siempre será más fácil tirarla, y a veces ni siquiera en un basurero.
Veamos otro dato: un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) reveló que al menos 11 millones de toneladas de plástico llegan a los océanos cada año, y si no actuamos con urgencia, esa cifra podría triplicarse para 2040.
Voluntad ante crisis de valores
Esta no es solo una crisis ambiental: es también una crisis de valores, de prioridades, de voluntad política. Mientras sigamos colocando la comodidad del “usar y tirar” por encima de la sostenibilidad, seguiremos agravando un problema que ya tiene consecuencias visibles. Es momento de repensar nuestros hábitos de consumo y exigir modelos económicos que no dependan de generar residuos que el planeta no puede procesar.
El Estado debe asumir un rol más activo, no solo en la recolección y tratamiento de residuos, sino también en la fiscalización de empresas que producen embalajes innecesarios, en la promoción del ecodiseño y en la educación ambiental desde edades tempranas. La legislación sobre plásticos de un solo uso es un paso importante, pero aún queda mucho por implementar y hacer cumplir.
Y nosotros, como ciudadanía, no podemos mantenernos indiferentes. Separar los residuos en casa no es una tarea menor. Enseñar con el ejemplo tampoco. Cada acción cuenta: llevar una bolsa reutilizable al supermercado, rechazar productos sobreempaquetados, presionar a las marcas para que asuman su responsabilidad postconsumo, participar en jornadas de limpieza o simplemente no tirar basura en la calle.
¡Es alarmante la falta de conciencia! Las personas que fomentamos el reciclaje o la separación adecuada de residuos tenemos que ser la mayoría. No podemos seguir comprando y desechando como si esa conducta no tuviera consecuencias, como si el planeta no se estuviera ahogando.

Es urgente que cada persona asuma su responsabilidad. Que las municipalidades refuercen los programas de reciclaje y educación ambiental. Que desde los hogares, escuelas, empresas y gobiernos se promueva un cambio cultural profundo. No basta con limpiar un día al año: hay que dejar de ensuciar todos los días.
No hay un planeta de repuesto al que podamos emigrar y continuar ensuciando. La Costa Rica que tanto amamos —verde, viva, biodiversa— no sobrevivirá a este ritmo de contaminación y descuido. El futuro será reciclado… o la basura nos ganará la batalla.
---
La autora es periodista.