A lo largo de la historia, la democracia ha evolucionado ampliando quién puede votar.
En la Atenas clásica solo participaba una pequeña fracción de la población; en el siglo XIX, los censos económicos excluían a la mayoría de ciudadanos; y aun entrado el siglo XX, las mujeres estaban fuera del proceso en gran parte del mundo.
La tendencia histórica ha sido abrir el acceso al voto. Sin embargo, hoy surge una discusión distinta: no sobre quién vota, sino sobre si la forma en que votamos refleja adecuadamente nuestras preferencias en sociedades cada vez más complejas.
En vez de restringir, se trata de perfeccionar. El voto acumulativo entra precisamente en esa categoría: una innovación que amplía la capacidad del ciudadano de influir, no la reduce.
Costa Rica posee un mecanismo electoral sofisticado y moderno que no utiliza en política, sino en las sociedades anónimas.
El artículo 181 del Código de Comercio establece que cuando se eligen juntas directivas, el voto es acumulativo: cada accionista obtiene un número de votos proporcional a los cargos en disputa y puede distribuirlos como quiera, acumulándolos en uno o repartiéndolos entre varios candidatos. Es un sistema diseñado para que las minorías tengan una oportunidad real de influir en la composición del órgano de dirección.
Esta lógica, aplicada desde hace décadas en el sector privado, podría ofrecer una respuesta a un desafío creciente: la sensación de que el voto ciudadano, en un sistema rígido y fragmentado, basado en listas prefabricadas, no siempre se traduce en representación real.
Hoy, los costarricenses votamos en tres planos independientes: ejecutivo, legislativo y autoridades municipales. Pero no podemos priorizar, ponderar, ni acumular preferencias. Nuestro voto está atrapado en compartimentos fijos.
Si quiero fortalecer la representación municipal porque mi cantón me importa más que una elección nacional, no puedo hacerlo. Si creo profundamente en un candidato específico para la Asamblea Legislativa, tampoco puedo concentrar en él mi peso electoral.
El voto acumulativo introduce una lógica distinta: permite que el elector asigne su poder donde realmente quiere ejercerlo. Y esto no es una extravagancia conceptual. Numerosas democracias en el mundo lo han utilizado para mejorar la representatividad de sus órganos públicos.
Un ejemplo emblemático es Illinois, en Estados Unidos, donde durante más de cien años la Cámara de Representantes se eligió mediante un sistema acumulativo. Cada distrito elegía tres escaños y los votantes disponían de tres votos que podían repartir o concentrar. El resultado fue una Asamblea más plural, con presencia significativa del partido minoritario en distritos donde, de otra forma, habría sido invisibilizado. La revista del propio legislativo llegó a describirlo como “el sistema que obligó a los partidos a escuchar a sus minorías”.
El voto acumulativo también ha sido adoptado en más de cincuenta ciudades estadounidenses, muchas de ellas como remedio judicial para corregir discriminación electoral contra minorías raciales bajo el Voting Rights Act. En casos como Nuevo México, Texas o Dakota del Sur, estudios posteriores mostraron que tras la adopción del sistema no solo aumentó la representación de minorías latinas, afroamericanas o nativas, sino que su participación electoral también creció: votar tenía impacto real.
Sistemas cercanos al voto acumulativo funcionan en varias democracias europeas. En Luxemburgo y Suiza, los electores pueden repartir tantos votos como escaños se eligen e incluso otorgar dos votos a un mismo candidato. En Alemania, en numerosos municipios, el votante puede acumular hasta tres votos en un candidato y distribuir el resto entre personas de distintos partidos. En estas jurisdicciones, hasta el 90% de los electores usa efectivamente la posibilidad de seleccionar, mezclar y acumular votos, lo que demuestra que se trata de sistemas intuitivos y manejables cuando se explican bien.
Estos modelos comparten el mismo espíritu: dar más poder al elector, y no solo a las cúpulas partidarias o a listas de candidatos que pocos conocen.
La evidencia empírica internacional coincide en varios puntos. Primero, el voto acumulativo mejora la representación de grupos minoritarios, sean territoriales, profesionales, generacionales o étnicos. Segundo, aumenta la participación relativa de estos grupos porque sienten que su voto tiene un efecto concreto. Y tercero, produce órganos colegiados más plurales, menos monolíticos y más cercanos a la diversidad real del electorado.
¿Y qué significaría esto para Costa Rica?
Aplicar el voto acumulativo permitiría que un ciudadano concentre sus votos legislativos en un solo candidato en lugar de verse forzado a apoyar una lista completa. Fortalecería liderazgos emergentes, abriría espacio a voces independientes y permitiría que sectores minoritarios pero organizados tengan presencia en la Asamblea Legislativa.
A nivel municipal, permitiría a los electores priorizar su comunidad por encima de lo nacional, si así lo desean. Podría incluso ayudar a reducir la fragmentación partidaria, premiando a candidatos con arraigo real por encima de estructuras que dependen exclusivamente del arrastre de una sigla.
Lo más interesante es que Costa Rica ya posee, en su marco jurídico comercial, la filosofía de este sistema: si confiamos en el voto acumulativo para proteger a accionistas minoritarios frente a mayorías absolutas en el sector privado, ¿por qué no considerar una versión adaptada para proteger minorías políticas y revitalizar nuestra democracia?
El voto acumulativo sería una herramienta para dar más poder al ciudadano, promover pluralismo y generar instituciones más representativas. En un contexto de creciente desencanto y abstencionismo, baja participación y fragmentación política, quizás ha llegado el momento de pensar en mecanismos que permitan a los costarricenses votar con mayor libertad, precisión y estrategia.
En Costa Rica solemos decir que somos una democracia madura. Tal vez sea hora de demostrarlo ampliando la forma en que permitimos que los ciudadanos ejerzan su voz. El sector privado descubrió hace décadas el valor del voto acumulativo. Quizá la política pueda aprender algo de ello.
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El autor es socio fundador del bufete BLP.