Grandes cambios históricos atraviesan el Atlántico Norte al ensancharse el abismo entre Europa y Estados Unidos. Bajo el presidente Donald Trump, Estados Unidos está tratando de crear un orden mundial basado únicamente en esferas de interés y dominado por las «tres grandes» potencias mundiales: Estados Unidos, China y Rusia. Para lograrlo, la administración Trump está dispuesta a abandonar los fundamentos tradicionales de la influencia de Estados Unidos: su red de alianzas con los valores que fueron por 250 años sostén de la democracia estadounidense.
Aunque la política exterior de Trump tiende a «ir detrás del dinero», la ideología MAGA («hacer grande a Estados Unidos otra vez») también tiene un papel en esta oscura visión. Trump y su movimiento MAGA ven a Europa como el segundo gran campo de batalla que deben conquistar (después de Estados Unidos). Y como para ello es necesario desintegrar a la Unión Europea, de la vieja alianza transatlántica se pasó con rapidez notable a la enemistad.
Vale la pena detenerse en lo radical de esta ruptura. Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial como principal vencedor en el teatro europeo y en el del Pacífico. Luego derrotó a la Unión Soviética en la Guerra Fría, que no fue sólo una costosa carrera armamentística termonuclear entre dos superpotencias, sino también una competencia entre dos sistemas socioeconómicos y normativos. La combinación occidental de libertad individual, democracia y economía de mercado se puso frente al Estado policial soviético de partido único, con su esclerótica economía planificada. Hubo una elección clara entre dos alternativas, y al final prevaleció el modelo estadounidense. La Unión Soviética se derrumbó, se disolvió y desapareció, dejando detrás un remanente ruso que al no poder aceptar una identidad postimperial, se volvió cada vez más revanchista.
Pero con la elección y posterior reelección de Trump, los estadounidenses dejaron claro que estaban cansados de ser el gendarme del mundo, con las cargas que eso supone. De modo que el gran fracaso de Europa en las últimas décadas tras el fin de la Guerra Fría fue no asumir más responsabilidad por la defensa de sus fronteras, condición para preservar la soberanía. En la perspectiva del Kremlin, la vulnerabilidad de Europa fue una oportunidad.
La nueva estrategia de seguridad nacional de los Estados Unidos, junto con el plan de Trump para poner fin a la guerra en Ucrania (que en gran medida avala las posiciones maximalistas de Rusia), no deja lugar a dudas sobre los objetivos del gobierno estadounidense. Con el grado de insania que es típico de ellos, Trump y sus seguidores en el movimiento MAGA sostienen que la UE es un proyecto antiestadounidense que debe ser destruido. Países que fueron amigos y aliados por ocho décadas ahora son adversarios, y la Rusia de Vladímir Putin es un ejemplo admirable.
Con la adopción de estas posturas, Trump ha destruido en la práctica el Occidente transatlántico. En su lugar, está creando un Estados Unidos imperial, imagen en espejo de los sueños imperiales de Rusia y (cada vez más) de China. En este nuevo orden mundial, la fuerza bruta, no el Estado de Derecho, es todo lo que importa.
En su búsqueda de concretar esta visión, Trump hace que los dones proféticos de George Orwell parezcan todavía más impresionantes. En la clásica novela distópica 1984 de Orwell, el mundo también está dividido entre tres potencias continentales. Bajo Trump, los valores tradicionales de la democracia estadounidense se han convertido en obstáculos que hay que eliminar, mientras que los regímenes autoritarios extranjeros se han vuelto modelos que imitar.
Tal vez crea que traicionando a Ucrania (y por extensión, a Europa) y tomando partido por Putin podrá poner a Rusia de su lado contra China. Pero Putin no va a seguirle el juego. Sabe que sin el apoyo de China, Rusia es demasiado débil para mantener su precario estatus de gran potencia. Además, ambos países buscan un reordenamiento de la jerarquía mundial a expensas de Estados Unidos. Trump fracasará; la única pregunta es cuál será el costo de su fracaso.
Debería ser obvio que la destrucción del Occidente transatlántico debilitará a Estados Unidos. Trump y sus seguidores del movimiento MAGA podrán creer que Estados Unidos es autosuficiente, pero se equivocan. Estados Unidos necesita a Europa al menos tanto como Europa necesita a Estados Unidos. La estrategia de Trump es un autosabotaje.
Traicionar a los aliados históricos de Estados Unidos no inclinará a Putin hacia la paz; al contrario, lo envalentonará todavía más. Embriagado por su victoria sobre Occidente en Ucrania, comenzará a planear su avance hacia el oeste. Un alto el fuego en sus términos no es más que una pausa táctica.
El riesgo de una extensión de la guerra ya está creciendo en los ejes principales de Eurasia: entre China y Japón en el Lejano Oriente, por Taiwán, y en el flanco oriental de la OTAN. Se avecinan tiempos difíciles, y Europa debe estar preparada. Su débil crecimiento y su incapacidad para seguir el ritmo a China y Estados Unidos en el ámbito tecnológico agravan esta peligrosa crisis geopolítica; hay que cerrar la brecha. El costo de defender la soberanía puede ser muy alto, pero la libertad de Europa no tiene precio.
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Traducción: Esteban Flamini
Joschka Fischer, ex ministro de asuntos exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue durante casi veinte años uno de los líderes del Partido Verde Alemán.