
“Es aterrador pensar que es posible que no sepas algo, pero es más aterrador pensar que, en general, el mundo está dirigido por personas que creen que saben exactamente lo que está sucediendo”.
Amos Tversky
Contrario a como tendemos a percibirnos los seres humanos, como pensadores racionales que formamos nuestras opiniones basadas en hechos lógicos, estamos sujetos a sesgos cognitivos que afectan nuestra toma de decisiones y desnudan nuestra irracionalidad. En 1972, Daniel Kahneman (premio Nobel de Economía en 2002) y Amos Tversky, precursores de la economía conductual (o economía del comportamiento), acuñaron el término sesgos cognitivos, el cual se refiere a la forma en la cual el cerebro analiza -en muchos casos de manera inconsciente- rápidamente los estímulos provenientes de nuestro entorno, recibe la información y toma una decisión casi automática e instintiva y lo más inmediato posible.
De alguna manera, se refieren a la tendencia de la mente de buscar atajos a la hora de procesar la información y de tomar decisiones. En algunos casos, esta inmediatez a la hora de valorar genera juicios o interpretaciones incorrectas y distorsiona la información recibida y reafirma nuestra manera de pensar o los prejuicios con los que hemos sido socializados.
Estos sesgos cognitivos explican por qué, por ejemplo en los debates, no sólo resulta importante aclarar los hechos y validar el contenido de las afirmaciones, sino también resulta mucho más importante, cómo se transmiten los mensajes, el orden en que se expresan y aquellos contenidos que se prefieren y deciden obviar.
Existen varios sesgos cognitivos que influyen en nuestra toma de decisiones -de manera inconsciente- en todos los ámbitos.
Algunos de ellos son el sesgo de halo, (nos hace extender los rasgos, tanto positivos, como negativos, a otros rasgos de las personas), el sesgo de anclaje (tendencia a juzgar las situaciones con base en la primera información recibida), el sesgo de confirmación (también llamado recolección selectiva de la evidencia, pues se refiere a la tendencia a buscar, recordar e interpretar información que confirme nuestras propias creencias y opiniones y descartar las que no lo hacen), el sesgo status quo (la preferencia a no ver modificada la situación en la que se encuentra), el sesgo de arrastre (cuando los pensamientos y creencias de la persona cambian si un gran número de personas piensa o cree algo diferente), el sesgo del presente (preferimos el beneficio inmediato frente al largo plazo) y la aversión a la pérdida (a las personas les afectan mucho más las pérdidas que las ganancias, i.e., tienen aversión al riesgo para las ganancias y, sin embargo, aceptan riesgo para las pérdidas).
El economista Richard Thaler, quien recibió el Premio Nobel de Economía en 2017, también ha realizado importantes investigaciones relacionadas a la economía del comportamiento. Entre sus aportes, se le atribuye el concepto del “nudging”, el cual se refiere a la manera de “empujar” a los agentes económicos a tomar ciertas decisiones que los beneficien a largo plazo. Asimismo, se le atribuyen conceptos como el de contabilidad mental, según el cual los individuos gastan con mayor o menor esfuerzo el dinero dependiendo de su procedencia, y el efecto dotación, el cual señala que las personas valoran más aquello que les pertenece.
Probablemente podemos identificar situaciones en las cuales cada uno de estos sesgos, y otros, nos lleven a tomar decisiones “irracionales” o que no sean las más acertadas y lo hacemos de manera inconsciente, pensando incluso -a priori- que la decisión fue racional y acertada. De igual manera, se pueden identificar circunstancias y entornos donde analizar sus efectos puede resultar muy importante. Por ejemplo, en los procesos electorales, los negocios comerciales y sus estrategias de marketing, los gobiernos, las relaciones entre empleadores y empleados, e incluso, cómo pueden acentuarse estas tendencias por las redes sociales y sus algoritmos (con efectos positivos y negativos).
Desde esta perspectiva, se argumenta que una de las aplicaciones prácticas de la economía del comportamiento es, precisamente, la incorporación de este enfoque en la toma de decisiones y en el diseño de las políticas económicas y públicas en general y que la omisión de esta visión puede conllevar a desviaciones en los resultados buscados a la hora de la implementación de las políticas. Existen múltiples ejemplos de su aplicación en actividades económicas como en programas de pensiones, de ahorro, en el consumo, en la salud y en las finanzas. Asimismo, se argumenta que puede permitir evaluar y indagar sobre la respuesta de las personas ante, por ejemplo, nuevos impuestos o ante la imposición de sanciones.
A diferencia del enfoque tradicional de la economía neoclásica, el cual supone la racionalidad (suponiendo que los individuos son capaces de conocer y ordenar de manera lógica sus preferencias para maximizar el beneficio y minimizar el costo) y el individualismo de los agentes; el enfoque de la economía conductual supone que las personas no actúan siempre de manera racional, pues están sujetas a estos sesgos, sus decisiones tienen un componente emocional muy importante y pueden estar dispuestas a sacrificar su propio interés para satisfacer diferentes formas de preferencias sociales.
Evidentemente la forma en la cual toman decisiones las personas es muy compleja, pero son precisamente las decisiones humanas las que mueven la economía y el mundo. Pese a las críticas que ha recibido este enfoque, sin necesidad de verlo excluyente, sino complementario al enfoque tradicional, resulta un componente necesario a valorar en la medida en la que estos elementos modifiquen el comportamiento económico de las personas y sus decisiones de asignación de recursos con mayor frecuencia e intensidad. Dado esto, la incorporación de los conocimientos de la economía del comportamiento son una oportunidad a la hora de elaborar la política económica y la política pública en general para que sean más eficaces y eficientes.