“Mejor no”, respondieron algunos. Hay poco trabajo y la competencia está brava. Dele viaje, dijeron otros, si realmente le apasiona y hace las cosas bien, siempre aparecerá un trabajito.
Algunos fueron más críticos: “es una irresponsabilidad que las universidades mantengan esa carrera abierta. Deberían transformarla o cerrarla. Hay que cuidarse de las falsas expectativas”, me dijeron.
Entonces, ¿qué decisión tomar?
Dado que es un asunto serio y para toda la vida, antes que todo, debería ser una decisión informada. Estas son algunas pistas:
Busque en su memoria, ahí puede estar parte de la respuesta. Los entendidos la llaman experiencia fijadora. Ocurre alrededor de los 10 años. Algo hizo algún profesional que le marcó y le hizo aspirar a ser así cuando creciera. Un momento mágico.
En segundo lugar, debería preguntarse ¿Qué problemas o situaciones me gustaría resolver? ¿Qué conocimientos y destrezas se requieren para lograrlo? La profesión debe permitir la autorrealización personal pero también contribuir al bienestar de la sociedad. Se necesita de todo.
¿Cuáles son sus habilidades e intereses? ¿Qué le apasiona? Es social o introvertido. Prefiere números o letras. La orientación vocacional temprana es fundamental.
Investigue sobre la situación del mercado laboral, sobre las posibilidades de empleo o generar emprendimientos propios en ese sector que le llama la atención. No se debe ignorar el aspecto económico. Todos necesitamos cubrir las necesidades básicas y vivir con dignidad.
Finalmente, es posible que tardíamente note que tomó la decisión equivocada. No importa. Siempre se puede empezar de nuevo. En todo caso, en esta época se debe estudiar siempre.
Además, en esta vida uno sabe dónde inicia pero no dónde termina.