Hace casi veinte años, andaba cubriendo una noticia para Canal 7 y, mientras esperaba ser atendido, tomé un ejemplar de EF.
Después de repasar las notas, decidí escribirle un correo a la dirección del semanario. Recibí una respuesta en la cual me invitaban a colaborar con estas páginas y ese fue el inicio de una aventura que me llevó a ser redactor de temas sobre cualquier cosa que tuviera código, baterías o microchips.
Cuando empecé acá, el tema de la Voz sobre IP (VoIP) era una tecnología en ciernes que los señores de los cascos amarillos miraban con pavor.
Ante esto, en una de aquellas primeras notas, les cuestionaba por qué se metían a calificar nuestro tráfico en la Internet y si era que nos iban a cobrar algún tipo de servidumbre de paso virtual (menudo concepto con el que me despaché).
Cinco años después, el profesor de Derecho de la Universidad de Columbia, Tim Wu, le daba nombre a aquel debate y le llamaba neutralidad de la red. Confieso que me sentí como Clorito Picado. ¡Muy picado!
Me di cuenta de que esto del periodismo me gustaba y decidí estudiarlo. Entonces, me pidieron ser columnista acá y algunos de los epítetos de mi teclado no le gustaron a un ministro de Ciencia y Tecnología que no soportaba verme. Me encantaba, me sentía el chiquillo travieso que le amargaba el día al vetusto quinado de la esquina que no devolvía la bola. Era el columnista más digital y más joven de todo Grupo Nación, y recibí premios por esto y por mi trabajo en la TV.
Hoy, la arena de los años nos ha hecho el ‘upgrade’. Estudié Derecho y me convertí en el Director de Comunicación de la Federación Iberoamericana de Asociaciones de Derecho e Informática (FIADI) en la era del cibercrimen, el big data y la ciudadanía digital. Con estos veinte años gardelianos y cuando Disney, por fin, le hizo el desagravio digital a Rudyard Kipling, me despido con la frase del Hermano Gris: “Desde ahora, seguiremos nuevas pistas”.